No sé muy bien ni lo que quiero contar en este artículo. Supongo
que quiero hablar de la gran final de Champions que volverá a paralizar Madrid
por segunda vez en tres años. Después de haberse visto las caras en Lisboa en
2014, lo que a todos nos pareció irrepetible, se repite tan sólo dos
años después, esta vez en el escaparate, nunca mejor
dicho, de Milán, en el estadio de San Siro.
Durante las últimas semanas he fantaseado con la posibilidad
de ir con el Atleti. Creía que ese era un escenario bastante realista. Las
razones eran, principalmente, mi abuela, mi madre y mi hermana. Y bueno, un
poco también mis tíos. La familia de mi madre es ejemplo de amor a unos colores
como he visto pocos en mi vida, creedme. Y sus previas en días de partidos
importantes pueden alcanzar fácilmente la categoría de legendarias.
También tenía en la cabeza eso que habréis leído y escuchado
en los análisis previos al partido, lo de que el fútbol le debe una al Atleti. Sí,
que en realidad el fútbol no es una persona y no le debe nada a nadie, es
caprichoso y si tiene que volver a ser cruel con el Atleti, lo será. Pero ay,
que soy de los que cree en la justicia poética y me veía sinceramente animando
al Atleti porque "se lo merece".
La tontería me ha durado hasta esta semana. Nada como los
instantes decisivos de la vida para conocerse a uno mismo. Nada mejor que la
vida nos ponga a prueba para conocer nuestras emociones más profundas. A pocos
días de la gran final, escuchando hablar del partido en la radio, ya sentí esa
punzada. Ocurre a cualquier aficionado de un equipo antes de un encuentro
decisivo: hay un momento, en la semana previa, en la que salta un
"click" del que ya no te recuperas hasta que empiece el partido. A
algunos tarda en activárseles ese mecanismo hasta el día antes, otros hasta dos
horas antes de que ruede el balón, y otros les salta el click a veinte días de
la final y se vuelven locos.
El caso es que yo lo sentí ayer, creo. Hablaban de la final
en la radio y, estando solo en casa, grité un "¡¡Vamoooooooossssss!!"
que me sorprendió a mí mismo. Pero no debió causarme tanto asombro. Me di
cuenta de que incluso era igual de ridículo que si de repente me levantase una
mañana y me sorprendiese de ser rubio y tener los ojos azules. Soy del Madrid.
Lo llevo dentro. Y nunca dejaré de ser del Madrid. No me sale otra cosa. No
sabría sentir otros colores. Lo mío es el blanco. En el momento en el que lo
descubrí, respiré bastante aliviado.
Cuando te gusta una chica, intentas estar siempre pendiente
de cualquier acontecimiento que ocurre en su vida, por nimio que éste sea. Si
el Real Madrid fuese una chica, yo la escribiría un mensaje preguntándole: "Qué
tal, cuéntame cómo te ha ido el amistoso contra el Murcia" porque aunque
no se juegue nada, necesito saber cómo ha quedado. Puede sonar tonto, pero me parece muy real.
Confesaré de todas formas que de pequeño era del Atleti. Me hice del Madrid
porque, alguna vez en la vida, quería tener opciones de ganar. Suena muy mal,
que conste que soy consciente. Pero era pequeño, veía al Madrid ganar y al
Atleti perder, salvo en el año del Doblete, y me fui a lo fácil. Yo no sabía cómo
iba a ser mi vida entonces, y me agarré a la seguridad del triunfo que me ofrecían
entonces los blancos. Y bueno, mi padre tuvo mucho que ver, claro que sí. Esta
es mi teoría. Mi abuela Loli os contaría que "la victoria", porque
ella lo considera una victoria, de que sea del Madrid es suya. De hecho, suya
es la mítica frase de "esa victoria es mía" una sentencia que soltó
un día en el que la familia discutía acerca de mis orígenes madridistas.
El caso es que ya resuelto el dilema, que resultó ser
completamente falso, de con quién ir mañana, ya sólo quiero que sea sábado por
la tarde y disfrutar de la previa con amigos y después tocará irse a verlo a
casa. Somos una familia dividida, mi padre y yo blancos, y mi madre y mi
hermana colchoneras. Conseguimos superar lo-de-Lisboa. No era fácil. Cuando
marcó Ramos, no sabía dónde mirar. Tenía a mi madre y a mi hermana delante. Me
parecía tan cruel. Me sentía hasta culpable. Me fui a gritar y a celebrar el
gol al pasillo. Y a pesar de estar feliz, tenía una sensación agridulce:
intentaba ponerme en el lugar de mi madre y de mi hermana. Pensaba en mi
abuela, que ya sufrió en el 74 el mismo castigo contra el Bayern. Pensaba que cómo
podían tener esa mala suerte. Por eso tengo un deseo para mañana: que si gana
el Madrid, por favor no sea de forma cruel de nuevo. Lo pido por favor, de
verdad.
Y sí. Si gana el Atleti, me alegraré. No lo digo con la boca
pequeña ni mucho menos. Por mi familia atlética sobre todo. Pero también por
todos los amigos y compañeros de trabajo y de clase que la vida me ha colocado
en algún momento al lado, y sin los cuales nada de esto sería lo mismo. Porque
ese es también un elemento muy importante: lo que mola Madrid, y lo que mola
que sus dos equipos estén ahí conquistando Europa por segunda vez en tres años,
algo que no había ocurrido nunca. Decía hoy Panchito Varona que todo Madriddebería salir a celebrar después del partido, quizá es pedir mucho, pero la
fiesta sería monumental. Y en Madrid no nos cuesta mucho pegarnos una buena
fiesta por el motivo que sea. Venga, pensadlo.
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