Decía el escritor Ernest Hemingway que París no se acaba nunca. Él vivió durante siete años y sabía de lo que hablaba. Pero no es necesario vivir allí tanto tiempo. Basta poner los pies encima una sola vez para que su recuerdo te acompañe siempre. Para que sientas la necesidad de volver una y otra vez. He estado en varias ocasiones en distintas circunstancias. Siempre descubres sitios nuevos. Con mi familia las primeras veces, otra vez con un buen amigo a visitar a mi hermana que vivió un tiempo allí, la última vez con mi novia. París siempre vale la pena, como también decía Hemingway.
Todo en ella es especial. Parece una ciudad cuidada como un
escenario. Puedes ir a ver la Torre Eiffel, a visitar la Tumba de Napoleón, a
disfrutar de los cuadros de los impresionistas en el Museo D`Orsay o en L´Orangerie,
te puedes cansar de todo lo que hay que ver. Pero al final, con lo que uno más
disfruta es de sus calles, de cada rincón, de cada esquina, de sus terrazas con
las estufas, de sus farolas, de sus cafés, de las escenas que uno contempla en
cada lugar.
Me quiero detener en El Barrio Latino, Le Quartier Latin. Es
el barrio en el que siempre he querido vivir. Siempre he tenido clarísimo que,
de vivir una temporada en París, viviría ahí. Porque tiene un encanto que no
tiene ningún otro barrio del mundo, al menos que yo haya conocido. No puede
compararse con nada. Es el barrio bohemio de la ciudad. Me podría pasar horas
caminando por el Boulevard Saint Germain, deteniéndome en cada una de sus
tiendas, fijándome en cada uno de los personajes que lo transitan, entrando en
cualquiera de sus tiendas, parándome a tomar un café, una cerveza o lo que surja
en sus innumerables terrazas, hasta llegar a la plaza Saint Michel para seguir
observando todo lo que ocurre a mi alrededor.
Entre sus calles han vivido siempre personajes relacionados
con la cultura. Sobre todo escritores. En los felices años 20 uno de mis
escritores preferidos, Hemingway, se instaló ahí con su mujer. En la Rue
Cardenal Lemoine. De sus años en la
capital parisina salió su novela París era una fiesta que no deja de ser un
diario de aquellos años en los que el joven escritor y periodista americano
afirmaba que “éramos muy pobres y muy felices”. Yo confieso que en realidad
siempre he querido ser Hemingway y vivir en los años 20 en París. Siempre he soñado con escribir mi primera novela en Les Deux Magots, como él, uno de mis grandes ídolos literarios.
Una de mis fotos preferidas, sin duda. Escribiendo mi primera novela en Les Deux Magots.
El escritor americano se movió a París en concreto porque allí vivían
“las personas más interesantes del mundo”. Se ganaba la vida como corresponsal del Toronto Star. En aquella década se concentraban en
París intelectuales, pintores, escritores. Un numeroso grupo de artistas con
ganas de devorar la vida. Entre ellos, el irlandés James Joyce, con el que
Hemingway se pegaba buenas juergas alcohólicas hasta casi perder el
conocimiento, Ezra Pound, Scott Fitzgerald, Picasso y la escritora americana
Gertrude Stein, que se convirtió en la mentora de varios de ellos.
Su vida transcurría entre los cafés de Saint Germain Des
Prés. Allí acudían todos los días. Hemingway se dedicaba a escribir. Su lugar
favorito para que le viniese la inspiración era el mítico café de Les Deux
Magots, al lado del no menos mítico Café de Flore. Le gustaba sentarse fuera,
al abrigo de las estufas, y contemplar lo que ocurría delante de él. Entraba en
calor con un clásico “café au lait” que luego ya pasaba a ser un ron St James
según avanzaba la escritura, supongo que con el consiguiente cambio de trazo del lápiz en
su libreta de lomos azules.
Relacionado con este mundo, os hablaré ahora de mi librería
favorita del mundo mundial: Shakespeare and Company, un lugar muy auténtico. Situada en la orilla
izquierda del Sena, frente a la imponente catedral de Notre Dame, es un rincón
que cualquier debería visitar al menos una vez en la vida. Me la descubrió mi
profesora de Literatura en mi primer año de Periodismo, Margarita Garbisu.
Llevé ahí a mis padres y a mi hermana y les gustó mucho. Ahora he llevado a mi
novia y también le ha parecido un lugar con un encanto especial. No dejéis de
ir si tenéis la oportunidad.
No se trata de una librería al uso, estamos hablando de un
verdadero rincón para los amantes de la literatura. Hay que decir que no es la
original, que estaba situada en la Rue de L´Odéon, a unos 650 metros de la de
ahora, en la Rue de la Bûcherie. La Shakespeare and Company de los años 20 y 30
fue fundada por Sylvia Beach, una librera y editora americana que convirtió a
este lugar en el mayor centro de la cultura anglosajona en aquella época. Sylvia
Beach fue como una madre para muchos de esos artistas. Incluso tenía dos camas
arriba por si alguno necesitaba quedarse alguna noche a dormir. Ella publicó el
Ulises de Joyce cuando este libro había sido prohibido en Estados Unidos y
Reino Unido por “pornográfico”.
La librería cerró con la ocupación alemana de París. Un
oficial nazi pidió el último ejemplar que quedaba de la reciente novela de
Joyce, Finnegans Wake, y Sylvia Beach se negó a dárselo. Cerraron el local y a
ella se la llevaron a un campo de concentración a Alemania. Allí estuvo seis
meses. Sobrevivió.
Aproveché y me compré mi libro favorito en mi librería favorita: El guardián entre el centeno.
En 1951 un americano que había llegado a París como soldado
en la II Guerra Mundial, llamado George Whitman, abrió una nueva librería, Le
Mistral, que se convirtió en un referente también. En el año 1958, Sylvia Beach
conoció a Whitman y decidió traspasarle “el nombre y el espíritu” de su antigua
librería. A los dos años de morir Beach, Whitman cambió el nombre de su
librería y así renació la Shakespeare and Company. Hoy en día es gestionada por
la hija de Whitman, a la que su padre quiso poner de nombre Sylvia Beach. Sigue
manteniendo el mismo espíritu. Y arriba sigue habiendo dos camas y un precioso
piano que cualquiera puede tocar. Una parada inolvidable en el recorrido de
cualquier persona que visite París. Para pasar una noche en una de las camas, hay que dedicar dos horas de trabajo durante el día a la librería, dedicar una parte del tiempo a leer o escribir en ella, y es condición indispensable escribir una autobiografía de una página.
No podía irme sin hacerme esta foto.
Otro de mis rincones preferidos es la conocida como Plaza de
los Pintores, en el también bohemio barrio de Montmartre. Podría quedarme horas
dando vueltas por la plaza y por las callejuelas de alrededor, creo que no me
cansaría. Es un lugar lleno de vida. Los pintores enfrascados en su arte, los
habituales del barrio reunidos en alguna mesa de algún café, los turistas
paseando y dejándose retratar en algunos casos. No te puedes perder ningún
detalle y da rabia porque sabes que es imposible verlo todo y eres consciente
de que te estás perdiendo cosas que están ocurriendo ahí, delante de ti.
Una de las cosas que más me gustan o que más gracia me hace
cuando voy a París, o a cualquier otro lugar de Francia, es la capacidad
infinita que tienen los franceses para debatir. No paran. Se sientan en
cualquier mesa de cualquier terraza, debajo de su estufita, o en el interior,
da igual. Siempre están debatiendo. Incluso poniendo un poco el oído te das cuenta de que pueden dar mil
vueltas al mismo tema y volver a empezar. Me parece fascinante que no se agoten
de reflexionar tanto y sobre temas tan serios y tan a menudo. Yo no sería
capaz.
En mi última visita estaba tomando algo en un irlandés
(siempre hay que ir a un irlandés, estés en el lugar del mundo en el que
estés). Tenía al lado a tres hombres discutiendo a muerte. Pero era curioso
porque en las pantalla estaba el partido de fútbol de la selección francesa y
pasaban olímpicamente de él, pero cuando marcaban se volvían medio locos,
hacían algún comentario al ver la repetición del gol, exaltaban a los suyos o
los ponían a parir dependiendo de si el gol había sido a favor o en contra,
para después continuar debatiendo como si no hubiese un mañana sin mirar a la
pantalla en ningún momento. Me reía mirándolos.
Existe de siempre un eterno debate. En esta vida todo es
elegir. Lo de los matices no se lleva hoy en día. Y en el mundo suele haber dos
bandos: el de los que prefieren París y el de los que se quedan con Nueva York.
La Gran Manzana me impactó cuando fui, incluso no me disgustaría vivir allí una
temporada. Pero si alguien me dice: elige en diez segundos, ¿prefieres una casa
en Nueva York o en París? Mi respuesta sería París. Porque París me gusta
mucho.
Me gusta mucho París porque es bonita. Porque es elegante.
Porque es romántica. Porque es antigua en sus formas y moderna en su
pensamiento. Porque es especial. Porque está llena de vida. Porque tiene la Rue Huchette, una callejuela muy animada en el corazón del Barrio Latino. Porque tiene el
Sena y pasear por Le Quai de Montebello, en su margen izquierda, mientras
contemplas Notre Dame y vas viendo los puestos de los libreros es de lo mejor
que te puede ocurrir en la vida, si eres una persona que sabe disfrutar de las
pequeñas cosas de la vida. Me gusta París, también, porque sabe rendir
homenajes a sus héroes históricos. Son numerosas las placas que te puedes
encontrar por muchos rincones en honor a las personas que lucharon en la
Resistencia contra la ocupación nazi de París y que ayudaron posteriormente a
su liberación. Me gusta París porque el 13 de noviembre de 2015 unos salvajes
trataron de impedir que la ciudad siguiese siendo una fiesta y no se enteraron
de que París nunca jamás dejará de ser una fiesta.
La Rue Huchette, llena de bares. Un buen plan para empezar la noche.
P.D. Poco después de los brutales atentados del 13 de
noviembre de 2015, el libro París era una fiesta se agotó en numerosas librerías de París. Mucha gente dejaba un
ejemplar como homenaje entre las flores y las velas en los lugares de homenaje.
También numerosos ciudadanos llevaban el libro en sus manos en el minuto de
silencio del lunes 16 de noviembre de 2015.
Un artículo magnífico y conmovedor. Cómo no compartir todo lo que escribes... Habrá que seguir volviendo a Paris
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