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No le gustaban un pelo las despedidas. No estaba hecho para ellas. Se había resistido a ese momento. Lo había negado mil veces en su cabeza. Pero las posibilidades se habían agotado. Tenía que aceptarlo, asumirlo y avanzar sin volver la vista atrás. Se dice fácil, qué historia tan distinta esa de ser capaz de hacerlo.
Eran tantos momentos juntos. Se habían conocido siendo él un
cándido adolescente. Era una época en la que no se separaban jamás. Allí donde
él iba, estaba ella. Si se la veía por algún lado, podía asegurarse sin miedo a
equivocarse que él estaba cerca también. Uña y carne. Vivió de cerca sus
desgarradoras historias de amor, como lo son todas las historias de amor y no tan de amor a esas edades, y le consoló
de la mejor forma que pudo.
Le acompañó en las noches tristes que nunca se acababan. En
alguna ocasión incluso le escuchó llorar. En otras, él no aparecía hasta que
las primeras luces del día entraban por la ventana. Eran estas últimas las únicas ocasiones en las que ella se sentía ignorada. Torpemente llegaba a la cama, se tumbaba, y ya estaba dormido.
No siempre fue fácil. Tuvieron discusiones nocturnas, y él la
culpaba de no poder dormirse. Ella oponía toda la resistencia de la que era
capaz. Jamás se callaba. Nunca lo había hecho y nunca lo haría. A veces, pasado
un rato, y tras confirmar que ella no tenía la culpa de su falta de sueño,
acababa regresando a ella, que nunca le hizo ningún reproche por haberla
abandonado instantes antes.
Estaban también las noches con los ruidos. Entonces el papel
de ella era fundamental. Él la buscaba para
refugiarse de lo que sea que estuviese provocando esos sonidos que provenían de
la oscuridad de su habitación. Se sentía tranquilo escuchando su voz. Otras
veces era ella la que, con toda la intención, le asustaba, y entendía que él no
quisiera escucharla cuando eso pasaba.
Era consciente de todas las emociones que ella le había hecho sentir. Había sentido verdadero miedo muchas noches. Otras veces había tenido el efecto de relajarle después de un día tenso. También le había hecho reír a carcajadas y con ello, había hecho que se olvidase de las tristezas que le rondaban. Le había entretenido mucho en las interminables tardes de sábado y domingo que habían pasado juntos. En determinados momentos, le había emocionado. Causarle semejante torrente de sensaciones había provocado en él una fuerte adicción. Siempre quería más.
Llegaron los veintitantos y esas ocasiones en las que él
llegaba de día aumentaron notablemente. A veces ella tenía algún ataque de
celos porque no se sentía tan querida como antes. Pero él siempre sabía cómo
arreglar la situación. Y seguía llevándola como a una reina, allá donde él
fuese. Si había quedado con unos amigos, se la llevaba. Le acompañó a muchos
viajes también. En un autobús por la carretera, de noche, observándole mientras
él soñaba con los ojos abiertos. Le gustó especialmente que la defendiese cuando
sus amigos se reían de ella. Fue un acto de lealtad. Ellos no lo entendían, ni
lo podrían entender nunca.
A cierta edad, pasó algo que suponía una completa novedad.
Él conoció a una persona. No era la primera vez que notaba una presencia
extraña alrededor. Pero no solían permanecer mucho tiempo. Esta vez era
distinto. Parecía que no iba a marcharse pronto en esta ocasión. Él le aseguró
que aquello no significaba que le fuese a abandonar. No le creyó hasta que se
lo demostró como hay que demostrar las cosas, con hechos. Le explicó a la
persona el papel fundamental que ella jugaba en su vida. Ella se mostró
sorprendida, pero no puso ningún problema. Se acostumbró a tenerla ahí en muchos momentos.
Pasaron los años hasta que ocurrió lo inevitable. Un día,
ella comenzó a dar síntomas de agotamiento. Al principio, imperceptibles. Poco
a poco, comprobó que la cosa iba en serio. De repente, una noche, al
encenderla, la radio no funcionaba. Su pequeño transistor, compañero de tantos años, ya no le haría compañía esa noche.
Feliz Día Mundial de la Radio a
todos los que aman este medio tan mágico y a los que no lo aman, pero porque
aún no lo han descubierto.
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