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Estoy en un autobús pensando en ti. Ya ves, no me podrás
negar la cruel ironía que eso supone. Nosotros, que nos conocimos en un
trayecto de metro entre Príncipe Pío y Metropolitano. Nosotros, que en cada mes
de aniversario repetíamos el mismo trayecto jugando a recrear el maldito
momento en que a ti se te cayó la bufanda al suelo a punto de bajarte y yo te
avisé a tiempo. Nosotros, que declaramos la guerra a los autobuses de Madrid
por el único motivo de que los considerábamos el gran rival de nuestro metro.
Nuestro metro, el que vio nacer nuestra estúpida historia de amor, más estúpida
que otras desde luego. Mirábamos con cierto desdén a los conductores de la EMT, lo recuerdo
bien, porque ellos no sabían de nuestra historia y eso, para nosotros,
significaba perderse la vida entera.
Nuestro metro de Madrid, el que nos vio besarnos por primera
vez sentados en el interminable pasillo de Diego de León. Dijiste que estabas
cansada de andar y te plantaste ahí. No tuve más remedio que sentarme yo
también, aunque sabías lo poco que me gustaba hacer ese tipo de cosas. El
primer beso ahí sentados después de no se sabe cuántas cervezas. El primer beso
en el inmediato instante posterior a haberme negado que yo te gustaba y tu “nunca
tendría algo con un tipo como tú", sin especificar lo que para ti era
"un tipo como yo". Y después, te quedaste durante treinta y ocho
meses y dieciocho días. Yo te hubiese dejado quedarte toda una vida, Paula,
aunque a veces no lo pareciera.
El susto que me llevé cuando en El Palentino, de cañas y risas, vas y me cuentas que eres “de
derechas, pero moderada”, que para mí era lo peor que podía decirme una chica
en los comienzos. Qué coño una chica. Era sin duda lo peor que TÚ podías decirme
en los comienzos. Creo que el mítico Casto estuvo
a punto de llamar a la ambulancia al verme completamente lívido en la barra. Me
acuerdo de tu obsesión con Corme, un pueblo de Galicia al que finalmente me
llevaste y de tu mirada de odio una vez allí cuando no quise subir al faro (yo,
que era tan de faros) por mi vértigo. Era un cobarde. Lo sigo siendo. Tu mirada
de odio, en aquel momento y en cualquiera, cómo olvidarla. La misma que pusiste
la noche que llegaste a casa y viste la mesa del salón. Bueno, no. No la viste.
No estaba porque me la había cargado yo solito con la peligrosa voluntad de
arreglarla. ¡Ja! Arreglar yo algo, que soy especialista en destrozar cualquier
cosa en la vida. Lo que está bien lo echo a perder y lo que asoma a desastre lo
convierto en catástrofe. Como lo nuestro, sin ir más lejos.
Y qué me dices de las noches en El Fabuloso, que nunca se
acababan. Empezamos yendo porque un amigo tuyo pinchaba discos ahí, y nos
quedamos toda la vida. Yo al menos, aunque ya no estés, Paula. Las primeras
noches en tu cama de la que tú llamabas “mi choza” de la Calle Desengaño, que
por cierto, nos ponía en preaviso de lo que estaba por venir. Pero embelesados
en un amor tan idiota, a ver quién era el que se fijaba en algo tan tonto como
el nombre de la calle en la que vive la chica de la que te estás enamorando. La legendaria torpeza de nuestro primer polvo y la extraordinaria forma de perder el sentido en los que lo siguieron.
Cómo te reías de lo indignado que estaba siempre ante la
vida en general. A ti te afectaba todo menos en general y yo no lo podía
entender. En qué momento te conté que nunca había ido a un karaoke. No paraste
hasta emborracharme (qué fácil esa parte del plan, cabrona) y sacarme a cantar
“y nos dieron las diez” que era una de nuestras treinta y cuatro canciones.
Conquistamos el garito, ¿te acuerdas? (Sí, he dicho "garito", sí. La gente cambia.)
Mi absurdo empeño en dibujarte jirafas, tu animal favorito,
en cualquier papel que cayese en mi mano. Tu jersey rojo del que siempre me decías
que tenía una historia muy buena detrás y que me quedé sin saber, para siempre,
me temo. Tu ilusión desmedida por cada pequeño acontecimiento. Tu forma de
llamarme cretino cuando me metía contigo. Tus pocas ganas de ir a los conciertos de Lori Meyers. Llegué a sospechar que ese fue el motivo de que me
dejases. Déjame decirte, por obtener alguna victoria en toda esta historia, que
su último concierto, al que me di el gustazo de acudir solo, fue la puta
hostia, Paula. Perdona, pero ya sabes mi tendencia a lo superlativo en la vida
en general y a los tacos en concreto cuando bebo. Si es que soy un sentimental, Paula, y nunca te lo imaginaste, a que no. A que no, Paula. Reconócelo. Treinta y ocho meses y dieciocho días.
Tu capacidad única para hacer de la vida algo fácil y mi
facilidad para ahogarme en un vaso de agua. Tal vez fue por ahí por dónde se empezaran
a torcer las cosas y no, como yo siempre había estado convencido, porque
“fueses de derechas, pero moderada”. Pienso en todo lo que no hicimos, también,
pero eso te lo contaré otro día porque fliparías con las cosas que no hicimos, Paula, créeme. Ya decía Sabina que no hay peor nostalgia que la de añorar lo que nunca, jamás, ocurrió. Y de sobra sabes que Joaquín no se equivoca nunca.
Hasta que un día me contaste lo del chico ese del club de
lectura. “El subnormal aquel”, como me gusta llamarle a mí. El mismo club de
lectura del que yo me había reído en tantísimas ocasiones. El que siempre fue
los martes y, en los últimos meses, empezó a ser también los jueves y cualquier
momento en el que querías escapar de mí y estar a solas con él.
He pensado muchas veces en intentar recuperarte en estos
treintayocho meses y dieciocho días que llevo sin ti, pero ya sabes, como mucho
me hago el valiente con una espada de cartón y poco más. No me lo tengas en
cuenta. Es mucho el dolor acumulado y lo que me ocurre simplemente es que no
quiero volver a salir magullado. Si es que es de sentido común, joder, Paula, que mis padres dicen que es lo más importante en la vida y no les ha ido mal.
Dije al principio el “maldito” momento en que te recogí la
bufanda. Y no lo dije por error. Fue maldito porque han pasado veintiséis meses y
veinticuatro días y me parece que me dejaste ayer. Porque conseguí huir del
recuerdo de cada mujer que pasó por mi vida y de ti aún no lo he podido hacer
pese a mis numerosas tentativas (no te he contado: la primera después de ti fue
una chica llamada Andrea , que en el primer día que me llevó a su casa me
confesó, estando sentados en su sofá, que ella solía hablar con Satanás por las
noches. De mujeres así es fácil huir, Paula, no como de ti). Te he contado esto
porque necesitaba contarte algo que te hiciese sacar una carcajada tonta antes de
acabar con esta nostalgia de nuestra estúpida historia de amor, más estúpida
que otras desde luego. En nuestro metro. En nuestro Madrid.
Genial...pero tan intenso que la novela tendrá que mantener el nivel intenso ehhh¡¡¡
ResponderEliminarUn seguidor
Muchas gracias por comentar, anónimo. Si me animo con la novela, me esforzaré por mantener la intensidad en cada capítulo.
EliminarMe gustaría puntualizar una serie de cosas, ya que una vez más compruebo el daño que hace el tiempo a la exactitud de los recuerdos, y creo que la historia no es exactamente como la cuentas:
ResponderEliminar- Yo nunca pensé en "Nuestro Metro", sino en las ganas que tenía de que te compraras un coche para ir juntos sin que tuviera que salir todos los días con la bufanda hasta el metro. Si miraba con desdén a los conductores, seguramente sería por ese deseo de depende en todo momento de un transporte público para moverme, que hasta tuvimos que besarnos esperando un maldito metro que se retrasaba (eternas obras de la línea 6).
- También me pareció muy alejado de todo glamour que me llevaras, para impresionarme, al Palentino. Si te llego a decir, como te diría ahora, que era de derechas de verdad, sin moderar, mejor nos habría ido.
- Sabiendo mi ideología, y que te invitaba a El Fabuloso, creo que podrías haberte ahorrado pedir todas las noches que pincharan canciones de Sabina. Esa fue la verdadera razón por la que dejé de ir allí. De hecho te llevé al Karaoke esperando que te animaras a cantar otras canciones, pero nada, ahi tuvo que estar Sabina con "Y nos dieron las diez" por enésima vez. Solo conseguí que cambiaras a Lori Meyers y con eso terminéd e perder la esperanza.
- Nunca te pude contar la historia de mi jersey rojo, porque siempre que iba a empezar, me hacías un comentario sobre el sentido político del rojo que me alejaba de ti.
- Creo que me di cuenta pronto de que no éramos compatibles, pero siempre me empeñé en negarlo: Tengo que decir hoy, no sé tras cuantos días y segundos (solo sé que suficientes), que creo haber hecho lo correcto y que, sobre todo, no paro de dar gracias por no haber vuelto a tener que escuchar a ese cretino, que ahi sí te doy la razón en que me gustaba repetirlo, de la cirrosis y la sobredosis, de sus pastillas para no soñar, y demás derivaciones médicas del amor.
Vaya, Paula. Qué sorpresa. ¿Te crees que hay gente que piensa que, además de inventarte, yo mismo escribí ese comentario para dar juego a la historia? Sigo muy sorprendido.
EliminarPero bueno, centrémonos. A juzgar por el tono de tus palabras, te debe ir de maravilla con "el subnormal aquel", y no como a mí, Paula, que ando solo, sin trabajo y malviviendo. Podría ser orgulloso y contarte lo maravilloso que me va todo, pero no va conmigo fingir, es algo que creo que sabes bien...
Así que deseabas que me comprase un coche. Pues ya lo tengo, Paula, ya lo tengo, mira tú por donde. ¿Eso significa que vuelves conmigo? Puedo llevarte a Corme si quieres y esta vez me subo al faro si con eso no te vuelves a largar.
Lo del Palentino me ha parecido impresentable. Me pongo duro aquí, Paula, pero es que con esas cosas no se juegan, maldita sea. Que te hablé del Palentino mil veces y te llevé otras tantas. Y claro que estabas impresionada, claro que lo estabas. Y sí, desde luego, lo de "de derechas, pero moderada" escondía lo que escondía, si ya lo sabía yo, Paula. Nos hubiera ido mejor, no cabe duda, por el sencillo motivo de que no nos hubiera ido.
Para echar tantas pestes sobre Sabina, déjame decirte una cosa. Su último disco, no sé si lo sabes, lleva el título de "Lo niego todo". Y todo esto que me has dicho suena muy a "Lo niego todo". Enhorabuena, porque más sabinesco no te podía quedar. Felicidades, Paula, felicidades.
"de derechas de verdad". Voy a tener que cortejarla, señorita...
ResponderEliminarPues inténtalo Miguel, aunque Paula no ha vuelto a dar señales y parece algo escurridiza. ¡Un saludo!
Eliminarnivelazo
ResponderEliminarMuchas gracias GCD. Comentarios así animan a seguir.
EliminarCuando algo es o ha sido importante para nosotros siempre se cuenta en días y meses o incluso horas ☺
ResponderEliminarMe ha gustado mucho tu post!!
Un beso
Marta
Muchas gracias Marta. Por comentar y por las palabras. Me ha gustado mucho tu frase, por cierto.¡Un beso!
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