jueves, 22 de noviembre de 2018

En el bosque nunca pasa nada

Relato de misterio sobre cuatro amigos en el bosque


En el bosque nunca pasa nada. Con esa frase finalizaba cualquier razonamiento nuestro amigo David. En el bosque nunca pasa nada, era la coletilla que añadía siempre al final de todo lo que decía desde que habíamos llegado al albergue en el que nos quedaríamos dos noches. Porque David necesitaba siempre hacer saber al mundo lo poco que le gustaba algo y lo campestre era un ejemplo. No lo aguantaba, no era un hábitat en el que se sintiese cómodo. Estaríamos mejor con unas cervezas en cualquier bar de Madrid, repetía como un mantra. Y nosotros hacíamos oídos sordos a sus protestas.

Habíamos decidido escaparnos unos días fuera de la ciudad. Hacía tiempo que no podíamos estar juntos un fin de semana entero. Incluso David estaba emocionado, a pesar de sus constantes refunfuños.

Todos, en alguna medida, lo necesitábamos. Pero quizá el que más, yo, Santi. Hacía poco que mi relación con Alba se había terminado y no acababa de adaptarme a una nueva vida sin ella. Era muy feliz y ya no lo soy tanto, era lo que solía responder cuando alguien me preguntaba cómo estaba. Me parecía que era una manera muy sencilla y real de describir mis sentimientos acerca de la ruptura. Jaime seguía soltero pero andaba un poco tristón en aquella época porque le daba por pensar que no encontraría a nadie. Mario atravesaba turbulencias en su relación con Miriam. Y David estaba, una vez más, sin trabajo.

A pesar de que nos habíamos ido cerca de un pueblo, estábamos en medio de un bosque. Era un albergue muy pequeño al que no fue fácil llegar. Comenzaba el otoño y se veían ya las hojas de los árboles en el suelo y esa luz tan especial de los bosques en esta estación. Porque la luz brilla de manera distinta en cada temporada del año y los mismos paisajes nunca son los mismos en realidad.

Nuestra idea no iba mucho más allá de andar y andar. No disponíamos de muchas más posibilidades. En el albergue había un bar, el único en kilómetros a la redonda. Llegamos a media tarde. Pronto caería la noche y poco habría que hacer ahí fuera. Era tontería salir para que se hiciese de noche en poco tiempo, concluimos. Y en el bosque de noche no se nos había perdido nada, ya habría tiempo a la mañana siguiente de recorrerlo a gusto...y con luz.

Estuvimos bebiendo en el bar hasta tarde. Hablábamos del pasado, porque parece que llegada cierta edad sólo se sabe hablar de lo que ocurrió, y estuvimos riéndonos de tantas cosas que nos habían ocurrido. Nos conocíamos desde pequeños y siempre habíamos estado muy unidos a pesar de ser tan radicalmente diferentes. Supongo que la amistad va un poco de eso, de hacerte amigos de distintos a ti para no agotarte con otros como tú, con tus mismos gustos y pedradas en la cabeza.

Estábamos ya dormidos cuando escuché un ruido que me despertó. Abrí los ojos de golpe y sólo veía oscuridad. Cogí mi móvil y traté de iluminar el cuarto de manera que no despertase a los demás. Iba alumbrando poco a poco cada esquina, cada cama. Estaban todos en sus camas. Continué la comprobación y me sobresalté al ver que David no estaba en la suya. Me acerqué a mirar de cerca y no, no estaba. Salí fuera de la habitación y di una vuelta por el bar y la recepción del albergue, eché un ojo por alguna ventana, y ahí fuera únicamente había la temible oscuridad que tanto odiaba desde que era pequeño y una noche tuve que recorrer el pasillo de casa de mis abuelos porque me hacía pis. No recuerdo haber pasado mayor miedo en mi vida que en ese trayecto de ida y vuelta, de verdad.

Regresé con los demás y les desperté tranquilamente porque tampoco pretendía asustarles. David no está en su cama, tíos, dije, con el tono más neutro posible. Puto David fue lo que salió de los labios de todos casi al unísono. Siempre hace este tipo de cosas, cómo le gustan, se quejaban. Deberíamos quedarnos durmiendo y que le den, ya volverá, proponían. Yo, al contrario, les dije que creía que debíamos salir a buscarle.

Y es lo que acabamos haciendo. Debían ser las dos y algo, y me vino a la cabeza la frase de una serie que me gustaba mucho en la que aseguraban que nada bueno pasa nunca después de las dos. Salimos por la puerta del albergue y ante nosotros, mil posibilidades de hacia donde ir, todas igual de oscuras. Gritamos su nombre que era lo más fácil de hacer en ese momento. Si estaba cerca, podía escucharnos, volver con nosotros y a seguir durmiendo. Siempre hay que explorar primero las soluciones más fáciles, después que vengan las complicaciones. Hay gente que lo hace al revés, no lo entiendo.

Decidimos empezar a caminar, porque alguna dirección teníamos que tomar. Resultó que Jaime había traído una linterna que no era gran cosa, pero daba más luz que las que teníamos en nuestros teléfonos. Íbamos mirando al suelo por si aparecía alguna huella, algún objeto, algo que nos hiciese tener una pista que seguir, que nos indicase que David había pasado por ahí.

Empecé a sentirme intranquilo. No me gustaba todo aquello. No éramos expertos en el bosque y estábamos andando a oscuras sin rumbo y alejándonos del albergue. Algunas sombras me causaban inquietud, y se escuchaba el ulular de algún búho. Se lo dije a los demás. Estábamos decidiendo qué hacer cuando escuchamos algo cerca que nos asustó. Sonó rápido y brusco. Nos miramos unos a otros. Mario se acercó y fuimos detrás de él Jaime y yo. Algo se movía. No me fiaba un pelo. Finalmente, vimos que salía corriendo de allí un animal que no acertamos a ver en medio de tanta negrura.

Yo ya quería volverme pero ahora fueron ellos los que me dijeron que no, que nos quedábamos a buscar a David. Empezaba a parecer algo difícil. No había ni rastro. Por ningún lado. Nada. Seguíamos yendo de un lado para otro y ya más o menos cada uno en su interior era consciente de que nos habíamos perdido, porque uno sabe cuando se ha perdido en la vida, aunque siga actuando como si nada hubiese pasado. Así estábamos nosotros, en plena madrugada, en aquel bosque, buscando a David.

Hicimos un parón y en ese momento escuchamos su voz llamándonos. Gritaba, pero lo raro era que no era un grito desesperado, ni que mostrase peligro alguno. Fuimos rápido hacia la dirección en la que sonaba su voz. Llegamos a un claro del bosque. Ahí no había nadie. Pero nos quedamos atónitos en el momento en el que escuchamos su voz llamándonos ahí mismo. David nos llamaba en nuestras narices. Era él, no había lugar a dudas. Pero lo escalofriante era escuchar su voz tan nítida y que allí no hubiese nadie.

Nos empezamos a asustar bastante. David, esto no tiene ni puta gracia. Miramos hacia todos lados, hacia las copas de los árboles, no quedó esquina sin iluminar por la linterna de Jaime. Allí no había nadie. Él nos llamaba, pronunciaba nuestros nombres y nos decía que estaba bien, que no estaba asustado, ni nos asustásemos nosotros.

De repente comenzamos a escuchar un silbido. Se había levantado aire y se movían las hojas a nuestro alrededor. Eché un vistazo más allá y las hojas no se movían. Sólo sucedía en ese claro. No sabíamos qué estaba pasando pero era algo que no nos gustaba y que nos daba miedo. Ese viento únicamente existía en ese mismo claro. En el mismo lugar en el que nuestro amigo David nos gritaba sin estar ahí. No entendíamos nada.

Me voy, dije cuando ya no pude más. Pero cómo te vas a ir, hombre, protestaron los otros dos. Que me voy, cojones, que me muero de miedo. No puedo más. Ellos también estaban muertos de miedo, y al final, cedieron. Empezamos a andar rápido, pero al final acabamos corriendo y no recuerdo cómo lo conseguimos pero dimos de casualidad con el albergue. Explicamos lo ocurrido al recepcionista que mostró su estupor ante la aventura que le estábamos contando. Nos vio tan asustados que accedió a llamar a la policía. Tardaron en venir varios agentes, que salieron a buscar a David. Sin éxito. Mencionaron un viento extraño.

No pudimos pegar ojo en toda la noche. A la mañana siguiente volvimos a buscarle, junto a la policía, y nada de nada. Por la tarde emprendimos el regreso a Madrid. Y fue en el coche cuando Mario, desde el asiento de atrás, y rompiendo el sepulcral silencio que nos acompañaba, nos preguntó si nosotros también lo habíamos notado. Incluso Jaime, que conducía, se giró a la vez que yo y le clavamos nuestras miradas. Ayer por la noche, en el bosque, ¿no lo notasteis? No, no notamos nada, pero si nos ayudas un poco, igual te decimos que sí. Ese viento...Sí, ese viento sólo estaba en el claro, era una cosa rarísima, dije. No...es que...ese viento...vino hacia mí...y noté que me atravesaba...¿a vosotros también? Sentí un escalofrío. Me enfadé y le dije que no me gustaba nada que hiciésemos bromas con lo que había ocurrido. Jaime directamente no dijo nada y subió el volumen de la radio. Coño, que es verdad, que ese viento vino y me atravesó el cuerpo y no sé qué fue. Tras insistirnos todo el trayecto de vuelta a casa, finalmente, le creímos, porque no tenía motivo para inventarse algo así. ¿Pero qué significaba aquello?

Han pasado treinta y dos años de aquello. Y nadie nunca ha sabido nada de David. Nosotros nunca hemos querido tocar el tema entre nosotros. Pero todos, cuando se levanta el viento en algún lugar, no podemos evitar preguntarnos si es David intentando decirnos algo. Le han buscado por todos lados, con todo tipo de métodos científicos. Han informado de él en televisión, su imagen se hizo viral en redes sociales. Nada. Por ningún lado. Desapareció aquella noche. Porque, en ocasiones, sí que ocurren cosas en el bosque. Y os puedo asegurar que, hoy en día, en ese mismo claro en el que escuchamos a David, se siguen escuchando susurros cada noche.