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miércoles, 1 de marzo de 2017

Nuestra estúpida historia de amor

Historia de amor en el metro de Madrid
Imagen de Pinterest


Estoy en un autobús pensando en ti. Ya ves, no me podrás negar la cruel ironía que eso supone. Nosotros, que nos conocimos en un trayecto de metro entre Príncipe Pío y Metropolitano. Nosotros, que en cada mes de aniversario repetíamos el mismo trayecto jugando a recrear el maldito momento en que a ti se te cayó la bufanda al suelo a punto de bajarte y yo te avisé a tiempo. Nosotros, que declaramos la guerra a los autobuses de Madrid por el único motivo de que los considerábamos el gran rival de nuestro metro. Nuestro metro, el que vio nacer nuestra estúpida historia de amor, más estúpida que otras desde luego. Mirábamos con cierto desdén  a los conductores de la EMT, lo recuerdo bien, porque ellos no sabían de nuestra historia y eso, para nosotros, significaba perderse la vida entera.

Nuestro metro de Madrid, el que nos vio besarnos por primera vez sentados en el interminable pasillo de Diego de León. Dijiste que estabas cansada de andar y te plantaste ahí. No tuve más remedio que sentarme yo también, aunque sabías lo poco que me gustaba hacer ese tipo de cosas. El primer beso ahí sentados después de no se sabe cuántas cervezas. El primer beso en el inmediato instante posterior a haberme negado que yo te gustaba y tu “nunca tendría algo con un tipo como tú", sin especificar lo que para ti era "un tipo como yo". Y después, te quedaste durante treinta y ocho meses y dieciocho días. Yo te hubiese dejado quedarte toda una vida, Paula, aunque a veces no lo pareciera.

El susto que me llevé cuando en El Palentino, de cañas y risas, vas y me cuentas que eres “de derechas, pero moderada”, que para mí era lo peor que podía decirme una chica en los comienzos. Qué coño una chica. Era sin duda lo peor que TÚ podías decirme en los comienzos. Creo que el mítico Casto estuvo a punto de llamar a la ambulancia al verme completamente lívido en la barra. Me acuerdo de tu obsesión con Corme, un pueblo de Galicia al que finalmente me llevaste y de tu mirada de odio una vez allí cuando no quise subir al faro (yo, que era tan de faros) por mi vértigo. Era un cobarde. Lo sigo siendo. Tu mirada de odio, en aquel momento y en cualquiera, cómo olvidarla. La misma que pusiste la noche que llegaste a casa y viste la mesa del salón. Bueno, no. No la viste. No estaba porque me la había cargado yo solito con la peligrosa voluntad de arreglarla. ¡Ja! Arreglar yo algo, que soy especialista en destrozar cualquier cosa en la vida. Lo que está bien lo echo a perder y lo que asoma a desastre lo convierto en catástrofe. Como lo nuestro, sin ir más lejos.

Y qué me dices de las noches en El Fabuloso, que nunca se acababan. Empezamos yendo porque un amigo tuyo pinchaba discos ahí, y nos quedamos toda la vida. Yo al menos, aunque ya no estés, Paula. Las primeras noches en tu cama de la que tú llamabas “mi choza” de la Calle Desengaño, que por cierto, nos ponía en preaviso de lo que estaba por venir. Pero embelesados en un amor tan idiota, a ver quién era el que se fijaba en algo tan tonto como el nombre de la calle en la que vive la chica de la que te estás enamorando. La legendaria torpeza de nuestro primer polvo y la extraordinaria forma de perder el sentido en los que lo siguieron.

Cómo te reías de lo indignado que estaba siempre ante la vida en general. A ti te afectaba todo menos en general y yo no lo podía entender. En qué momento te conté que nunca había ido a un karaoke. No paraste hasta emborracharme (qué fácil esa parte del plan, cabrona) y sacarme a cantar “y nos dieron las diez” que era una de nuestras treinta y cuatro canciones. Conquistamos el garito, ¿te acuerdas? (Sí, he dicho "garito", sí. La gente cambia.)

Mi absurdo empeño en dibujarte jirafas, tu animal favorito, en cualquier papel que cayese en mi mano. Tu jersey rojo del que siempre me decías que tenía una historia muy buena detrás y que me quedé sin saber, para siempre, me temo. Tu ilusión desmedida por cada pequeño acontecimiento. Tu forma de llamarme cretino cuando me metía contigo. Tus pocas ganas de ir a los conciertos de Lori Meyers. Llegué a sospechar que ese fue el motivo de que me dejases. Déjame decirte, por obtener alguna victoria en toda esta historia, que su último concierto, al que me di el gustazo de acudir solo, fue la puta hostia, Paula. Perdona, pero ya sabes mi tendencia a lo superlativo en la vida en general y a los tacos en concreto cuando bebo. Si es que soy un sentimental, Paula, y nunca te lo imaginaste, a que no. A que no, Paula. Reconócelo. Treinta y ocho meses y dieciocho días.

Tu capacidad única para hacer de la vida algo fácil y mi facilidad para ahogarme en un vaso de agua. Tal vez fue por ahí por dónde se empezaran a torcer las cosas y no, como yo siempre había estado convencido, porque “fueses de derechas, pero moderada”. Pienso en todo lo que no hicimos, también, pero eso te lo contaré otro día porque fliparías con las cosas que no hicimos, Paula, créeme. Ya decía Sabina que no hay peor nostalgia que la de añorar lo que nunca, jamás, ocurrió. Y de sobra sabes que Joaquín no se equivoca nunca.

Hasta que un día me contaste lo del chico ese del club de lectura. “El subnormal aquel”, como me gusta llamarle a mí. El mismo club de lectura del que yo me había reído en tantísimas ocasiones. El que siempre fue los martes y, en los últimos meses, empezó a ser también los jueves y cualquier momento en el que querías escapar de mí y estar a solas con él.

He pensado muchas veces en intentar recuperarte en estos treintayocho meses y dieciocho días que llevo sin ti, pero ya sabes, como mucho me hago el valiente con una espada de cartón y poco más. No me lo tengas en cuenta. Es mucho el dolor acumulado y lo que me ocurre simplemente es que no quiero volver a salir magullado. Si es que es de sentido común, joder, Paula, que mis padres dicen que es lo más importante en la vida y no les ha ido mal.


Dije al principio el “maldito” momento en que te recogí la bufanda. Y no lo dije por error. Fue maldito porque han pasado veintiséis meses y veinticuatro días y me parece que me dejaste ayer. Porque conseguí huir del recuerdo de cada mujer que pasó por mi vida y de ti aún no lo he podido hacer pese a mis numerosas tentativas (no te he contado: la primera después de ti fue una chica llamada Andrea , que en el primer día que me llevó a su casa me confesó, estando sentados en su sofá, que ella solía hablar con Satanás por las noches. De mujeres así es fácil huir, Paula, no como de ti). Te he contado esto porque necesitaba contarte algo que te hiciese sacar una carcajada tonta antes de acabar con esta nostalgia de nuestra estúpida historia de amor, más estúpida que otras desde luego. En nuestro metro. En nuestro Madrid. 

lunes, 8 de abril de 2013

Un tren efectúa su entrada en la estación

Foto de Juan Lupión en el siguiente enlace:  http://goo.gl/zlsge


"Tengo la sensación de haber vivido algo inolvidable". "Es de lo más impactante que he visto en mi vida". "La verdad es que nunca me lo hubiera esperado". "A veces la vida te regala momentos únicos como éste" Estas eran algunas de las frases que se escuchaban ayer en la castiza estación de metro de Cuatro Caminos, una de las de más transito de la capital.

Eran alrededor de las ocho de la mañana cuando sucedió el hecho que provocó la locura. En plena hora punta, el andén de la línea seis se encontraba repleto de gente. Anónimos héroes que se dirigían a su trabajo, a su centro de estudios, y a sus diversos quehaceres. Todos miraban, ya malhumorados, al letrero que indica el tiempo que queda para el próximo tren.

En ese momento, en el letrero apareció el tradicional aviso, que todo habitante de los Madriles conoce, de "El próximo tren va a efectuar su entrada en la estación". El momento de incredulidad llegó cuando, una luz apareció, un ruido sonó, y, efectivamente, el tren efectuó su entrada en la estación. Jamás había pasado con anterioridad en la historia del suburbano madrileño.

Las caras lo decían todo. Nadie se movía. No podía ser. Un tren había efectuado su entrada en la estación inmediatamente después del aviso del letrero. Algo inaudito, sin ninguna duda. Una fecha para la historia en la ciudad de Madrid. Como es evidente, las reacciones entre el público (que sin quererlo ya forma parte de la Historia por protagonizar este acontecimiento), no se hicieron esperar.

 David, un joven universitario, señalaba sus dudas iniciales: "Claro, acostumbrado a mirar todas mis menciones en Twitter desde que dice que el tren va a efectuar su parada en la estación, hasta que de verdad la efectúa, pues hoy no daba crédito, ha sido una grata sorpresa, sí, la verdad". Burgundófora, señora jubilada que se dirigía a echar unas partidas de mus con las amigas, mostraba alguna lágrima en su rostro: "¿Sabe? Tiene que entenderlo, hijo mío, para mi esto es algo muy emocionante, dése cuenta de que yo pensaba que me moría sin ver esto y a mi Atleti ganar un título, y lo de mi Atleti ya lo tenía pero esto...con esto ya me puedo ir en paz, hijo". Otro señor lloraba desconsoladamente con la mano y nos hacía el típico gesto de "No puedo hablar, estoy emocionado, no me salen las palabras".

Sin duda, fue una mañana en la que la historia de este medio de transporte de Madrid, y la de sus viajeros, cambió. Un hecho que marca un antes y un después. O quizá no. Según fuentes de la Compañía de Metro y de la Comunidad de Madrid, de la que depende, no parece que esto vaya a ser lo habitual desde ahora. "No hay que acostumbrarse, ha sido un hecho puntual, y estamos tratando de que todo vuelva a la normalidad en unas horas", aseguró un alto cargo de la Comunidad. "Nunca los trenes han efectuado su entrada en la estación cuando el letrero lo anuncia, y si nunca ha sido así, no será así ahora tampoco".

Así pues, este blog está en condiciones de afirmar que mañana los trenes volverán a tardar una media de dos o tres minutos desde que anuncian que van a efectuar su entrada en la estación hasta que la efectúan de verdad. Incluso, pueden estar ustedes tranquilos, seguirá sucediendo que cuando parece que van a efectuar su entrada en la estación, de repente se postergue a siete u ocho minutos, según mande el letrero.

Para la Historia de la ciudad, y de los que lo vivieron, quedará sin embargo un hecho histórico que permanecerá siempre en la memoria de todos y que podremos contar a nuestros nietos: que, una vez y no más, un letrero del metro de Madrid indicó que el tren iba a efectuar su entrada en la estación y, efectivamente, el tren efectuó su entrada en la estación".


Y este es mi pequeño homenaje a El Mundo Today, con el que cada día paso un rato riéndome.