Mostrando entradas con la etiqueta amor. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta amor. Mostrar todas las entradas

sábado, 25 de agosto de 2018

Todo lo que serás

Poema sobre amores que no llegan a nacer


Serás un orgasmo soñado,
un desnudo imaginado,
los lunares escondidos por descubrir,
los labios que lo prometían todo,
los gritos de placer perdidos en el cuarto donde
se pierden las mejores cosas de la vida,
tu lado salvaje que asomaba en ocasiones,
los ojos dispuestos a todo,
tus ganas, tu risa,
la forma en la que estabas
y la forma en que te convertiste en una cuenta pendiente,
siempre por todo lo alto.

domingo, 1 de julio de 2018

Una canción inesperada


Relato sobre un viaje en autobús y sobre música


Viajaba con la ilusión de conocer a Celia y se enamoró de Faina. Aún no era capaz de comprender lo que le había ocurrido durante aquel trayecto en autocar. Sin embargo, era feliz. Nunca había sido una persona de dejarse llevar. Más bien lo detestaba. Pero tenía que reconocer que en esta ocasión la letra de Vetusta Morla "dejarse llevar suena demasiado bien" cobraba todo el sentido del mundo.

Pablo lo había preparado todo con el máximo detalle. Llevaba ya cerca de medio año escribiéndose con Celia, una chica de Granada a la que había conocido en un foro indie. Tras pasar el filtro de que le gustase Lori Meyers tanto como a él, todo lo demás le daba igual. No podía concebir estar con una persona que no compartiese su mismo nivel de entusiasmo por la banda granadina.

Medio año de conversaciones a través de pantallas. Hablaban a través del foro, otras veces mediante mensajes en redes sociales, y sobre todo, por el móvil. Incluso se llamaban. Decidieron conocerse de una vez. Él bajaría desde Madrid a Granada un puente para conocerla. Apuntó todos los bares indies de la ciudad para ir con ella, entre los que no faltaba el Amador. Nada podía fallar. Incluso había reservado hace muchos meses, con plena confianza en su historia de amor moderna, para visitar La Alhambra.

Con los nervios, había olvidado el resguardo del billete. El conductor le dijo que con el DNI valía. Subió con su mochila y siguió por el pasillo. Había comprado el asiento al fondo, para poder estar a su aire. Quedaban diez minutos aún para salir, pero él ya se puso sus cascos para escuchar LN Granada de Supersubmarina y de esa manera ir entrando en ambiente soñando con el Paseo de los Tristes alegrar.

Había estado mirando a las personas que iban de un lado para otro de las dársenas de la Estación Sur. No se había dado cuenta de la melena rubia que asomaba en el asiento de delante. Siguió a lo suyo. El conductor arrancó. Le gustaba mucho viajar en autobús. Siempre había pensado que los trayectos en otros medios de transporte eran más o menos iguales para todos, pero que los viajes en autocar tenían un significado especial para cada uno.

Llevaban una hora de viaje cuando la chica de delante asomó la cabeza por el pequeño hueco entre la ventana y el asiento. Le pidió que bajase el volumen, porque a pesar de los auriculares ella también escuchaba la música. Aquello le irritó. Le respondió que no, que la buena música se escucha así o no se escucha. Ella le miró asombrada y se levantó de su asiento. Pablo se preguntó qué narices estaba haciendo. Observó sorprendido cómo se sentó a su lado. No pudo evitar fijarse en sus ojos verdes.

―Ponme dos canciones que cuando las escuches se te olviden todos los problemas. Y te diré si merece la pena ese volumen ―le pidió con una sonrisa ante el desconcierto que se dibujaba en la cara de Pablo.

―No te conozco de nada, no sé por qué te has sentado aquí conmigo. Aún así, te las voy a poner. No es fácil, no me has pedido mis dos canciones preferidas, sino dos canciones con las que olvide todos mis problemas, pero allá van. ―Y le prestó los cascos para que escuchase Emborracharme de Lori Meyers y Años 80 de Los Piratas.

Mientras las escuchaba, no podía dejar de observarla atentamente. No le estaba cayendo especialmente bien aquella desconocida, pero cuando daba su música a escuchar a otras personas sentía siempre un deseo muy fuerte de que también les gustase. Ella escuchaba con indiferencia hasta que terminó. Se le quedó mirando.

―Los primeros no estaban mal, aunque no los conozco. Y la segunda, por favor. ¿Escuchas a Ferreiro y se te olvidan todos los problemas? ¿De verdad? ¡Yo lo escucho y me aparecen hasta problemas nuevos que no tenía!― soltó.

―No tienes ni puta idea de música, así, con todo el respeto te lo digo  ―respondió visiblemente molesto Pablo. No conocía a Lori y encima despreciaba a Ferreiro. No podía consentirlo―. ¿Y qué te gusta a ti si se puede saber? Verás...

―Pues de todo. No puedes con esa respuesta, ¿eh? Se te revuelve todo, a que sí. Seguro que eres un festivalero intensito de esos que no soporta todo lo que no sea una definición más cuadriculada. Si te digo que me gustan Sabina, Amaral y Kings of Leon por igual, te peta la cabeza, estoy convencida ―dijo partiéndose de risa.

―Llegados a este punto, en el que acaba de quedar demostrado quién sabe de música y quién no, me doy por satisfecho y podemos continuar con nuestro viaje en este maravilloso autobús cada uno en su asiento. Por mí está resuelto el conflicto. Bajo la música y ya está, ningún problema ―respondió él intentando zanjar el episodio.

―Me parece perfecto. Voy a seguir leyendo, ahora igual puedo concentrarme si bajas el sonido de tus cascos tan modernos  ̶  se burló ella mientras regresaba a su sitio.

Qué petarda de tía, pensó Pablo. Con la tontería le había quitado media hora de ir mirando los paisajes mientras se imaginaba el encuentro con Celia. Aunque estaba convencido de que todo iría bien, también tenía miedo de que en persona no fuese lo mismo. A veces eso pasa y le podía ocurrir a él esta vez. No sabía si habían aplazado demasiado el conocerse en persona. Medio año ni más ni menos. Seis meses intentando estar seguros de algo, cuando a veces ni en una vida entera se está seguro de nada.

Sintió que le tocaban en el hombro. Se sobresaltó. Se había quedado dormido. Vio la melena rubia y los ojos verdes. Le agradeció el gesto. Ella se giró y bajó las escaleras. Recogió las cosas para no dejar nada dentro y salió él también. Siguió a la masa hacia el área de servicio. Tras pedir, se dedicó a buscar mesa. Ya estaba todo bastante ocupado. Se fijó en que la desconocida estaba comiendo sola en una mesa. Tuvo dudas, pero si ella había sido tan impertinente en una ocasión, él tenía todo el derecho de serlo ahora. Se sentó con ella, que le miraba divertida.

―Bueno, si voy a comer con un hipster, al menos me gustaría saber su nombre.

―Si sigues por ahí, me levanto. He venido sin ánimo de molestar. Me llamo Pablo. Y tú eres...

―Faina. Ya tienes el nombre de la insolente para contarle a tus amigos indies las barbaridades que han salido de mi boquita.

―Lo haré, no lo dudes. ¿Podemos pasar pantalla? ¿A qué vas a Granada? ―le preguntó para salir del bucle.

―Bueno...es complicado, no es algo que se cuente así tan alegremente a un desconocido. Pero tú has preguntado, tú tienes tu respuesta. Voy a dejar a mi novio. Tranquilo, no es ningún drama. Ya está más que hablado. Se trata de hacerlo oficial, digamos. Seis años lo merecen, digo yo ―confesó ella mientras bajaba la cabeza.

―Vaya, de verdad que lo siento. No escuches mucho a Sabina, mejor ― dijo intentando arrancar una sonrisa de su cara.

―Si te parece, puedo escuchar a Ferreiro, no te jode.

Se rieron a carcajadas. Fue de repente, sin esperarlo. Admiró que aún en un momento así tuviese esa capacidad para reírse de su situación y continuase vacilándole. Le transmitía un optimismo que a él le había faltado en más de una ocasión en la vida.

―Bueno, a qué vas tú. ¿Qué hay en Granada? Vas a golfear, lo llevas en la cara desde que me he montado en el autobús y te he visto ensimismado mirando por el cristal con tu música. Venga, suelta, cambio la pregunta: ¿quién hay en Graná?

―Hay...una chica. Pero no la conozco. Es raro. Pero tengo ilusión. Creo que puede salir bien. Tengo muchas ganas de conocerla ―intentó explicarse Pablo.

―Chico, qué entusiasmo, madre del amor hermoso. Espero que cuando la veas se te note esa ilusión que dices tener, porque yo soy ella y te digo que te des la vuelta para Madrid, que o vienes con todas las ganas o no vengas, que a medias en la vida no se va, hijo mío. Entiéndeme lo que quiero decir ― le reprendió ella.

―No, no, si yo quiero, y tal. Pero me gusta ser prudente. No se sabe. No se sabe nunca, es lo que intento decirte ―acertó a decir Pablo.

―Las putas cautelas son las que se cargaron mi relación. Y no voy a entrar en detalles. Pero la prudencia está sobrevalorada, créeme.

―Bueno, aún así las prefiero. Pero gracias. Oye, creo que se ha ido todo el mundo hacia el autobús. Vamos a darnos prisa.

Algo dentro de él se había torcido. No sabía qué era y eso era sin duda lo peor. Tenía urgencia por volver al refugio de sus canciones. Se lo había pasado bien en la comida y eso le preocupaba. Contemplaba la melena rubia de Faina ya sentados cada uno en su sitio y se preguntaba muchas cosas.

Se asustó porque a él no le pasaban estas cosas. Había tenido siempre una cierta estabilidad emocional. Los arrebatos de pasión no iban con él. Por eso mismo no entendía lo que le estaba ocurriendo. No se reconocía en esos síntomas. Por favor, si apenas había cruzado con ella dos conversaciones, se decía. En el monólogo que tenía consigo mismo, de repente localizó el motivo definitivo para poner freno a todo eso: había dicho, textualmente, de Lori, que "los primeros no estaban mal, aunque no los conozco". Ya está. Cerró los ojos para dormirse hasta llegar. Pero fue imposible.

¿Qué tenía Faina cómo para llegar al punto de que le diese igual que no conociese a su grupo fetiche? Intentó analizarlo todo de la forma más racional posible. Su descaro. Le había descolocado por completo. Todo había empezado por ahí. Su sentido del humor. Se había reído en su cara de lo más sagrado para él. Y además, se había reído al hablar de dejar una relación de muchos años. Quería conocer más esa personalidad.

Se levantó y se sentó a su lado. Ella sonrió y apartó la mochila.

―¿Cuál es la canción que más escuchas estos días? ― preguntó él con sincera curiosidad.

―Amor se llama el juego, de Sabina. No es de las más conocidas, no la conocerás. Es muy triste y muy melancólica. Empieza contando que hace demasiados meses que sus payasadas no provocan las ganas de reír de otra persona. Y creo que es lo que me pasó a mí con Fran. Supongo que también es lo que les pasa a tantas parejas. La gente lo deja cuando sus payasadas dejan de hacer reír al otro. Hay un momento en el que eso pasa. Y hay que estar preparado.

―¿Puedes repetir todo eso? Quiero apuntarlo y compartirlo en mi Instagram con una foto que mole. Tal vez un poco pesimista, pero joder, me ha gustado. ¿Te sueles expresar así de bien o es el desamor? ―dijo un Pablo ya entregado a la causa.

―Bueno, no sé. Cuando uno pasa por ciertas experiencias a veces se vuelve un filósofo. Mira toda la música que te gusta a ti. Todos esos grupos indies no existirían sin desamor. Creo que lo sabes, que no tengo que venir a decírtelo yo. ¿Podemos hablar de otro tema? Cuéntame cosas de ti  ̶  le pidió ella.

Le contó brevemente de su vida, de su barrio y de su trabajo como freelance precario escribiendo sobre música y yendo a conciertos. Ella le habló mucho de su familia, de su hermana pequeña en concreto. Le explicó cómo la habían despedido hacía medio año de la agencia de comunicación en la que estaba y cómo desde entonces iba enlazando un trabajo inestable con otro. En su forma de hablar había siempre entusiasmo ante la vida, aunque lo que contase no fuese a veces lo más alegre.

Conversaron otro rato de lo que significaba para ellos viajar en autobús. Él compartió con ella su teoría de que para las personas que viajan así el trayecto tiene un significado especial para cada una de ellas. Aseguraba que en los aviones y en los trenes no era lo mismo, que ahí, en el autobús, era todo más romántico, más auténtico. Ella le escuchaba atentamente, como había venido haciendo durante todo el trayecto cada vez que Pablo abría la boca para decir cualquier cosa. Era un loco, pero le hacía gracia.

Para ella, según le contaba, el viaje en autobús era su infancia. Casi cada fin de semana iba en el autobús con su familia hasta un pueblo de Burgos para visitar a su abuela. Eran viajes que hacía feliz. Por eso casi siempre elegía ese medio de transporte, porque le garantizaba transportarse a la mejor época de su vida. Iba jugando con su hermana a ver qué montañas de las que veían por el camino serían capaces de subir y cuáles no. Y al final, esperaba su abuela, la persona a la que más había querido. La época más feliz, sin corazones rotos y con chucherías.

Hubiera estado escuchando hablar a Faina horas. Se hubiera quedado en ese autobús dos días más si hubiera hecho falta. No sabía qué hacer. No sabía si a ella le pasaba algo parecido. Seguramente no, tenía la cabeza en otras cosas. Pero eso daba igual ahora mismo. El problema lo tenía él. Y era bien gordo. Se habían desvanecido sus ganas de conocer a Celia. Todo lo ocupaba Faina. Se imaginaba yéndose de cañas con ella por la Plaza del 2 de Mayo, llevándola a un concierto de Ferreiro entre risas, yendo él quizá a un concierto de Amaral, leyendo algún libro que ella le recomendase.

No, no, no. Tenía que parar todo eso. Celia iba a estar esperándole en la estación. Maldita sea, ¿qué iba a hacer? No había forma de salir de aquel embrollo. Así que, de perdidos al río, le pidió el teléfono a Faina. Si la vida se complicaba, que se complicase bien, a lo grande. El gesto de sorpresa en su cara le preocupó. Se preguntaría que qué demonios estaba haciendo, seguro. Pero después de un instante demasiado largo, como lo son tantos en la vida, se lo dio.

―No sé si alguna vez te apetecerá tomarte una caña cuando estemos en Madrid. Pero me gustaría, de verdad.

―No entiendo lo que estás haciendo, pero te salva que tampoco entiendo lo que yo estoy haciendo. Me parece bien. Y si esa caña se da bien, te vienes a una noche sabinera conmigo a la Galileo ― finiquitó ella.

―Oye, una última pregunta ―dijo Pablo de repente―, ¿qué ha significado para ti este viaje?

―Parecía un final, pero se ha convertido en un principio. ¿Y para ti?

―Un comienzo, también. Distinto al que pensaba, pero un comienzo.

El autobús enfiló la Avenida Juan Pablo II de Granada. Ya estaban ahí. Se despidieron con dos besos, una sonrisa y una caña pendiente, que acabó resultando la primera de muchas. Siempre hay una canción inesperada esperando en cualquier lugar. No importa lo que hayas vivido hasta ese momento. Llega y te lo cambia todo, sin previo aviso. Entra en ti y no puedes dejar de tararearla una y otra vez.

lunes, 28 de mayo de 2018

Esos ojillos traviesos


Un relato sobre una pareja joven con un hijo pequeño


Lo que les voy a contar no es nada extraordinario. Es una historia de lo más frecuente en nuestra época. Siento la decepción. Sucedió un viernes 24 de noviembre. Era un día frío en la ciudad de Madrid. En la radio anunciaban chubascos para todo el fin de semana y una caída brusca de las temperaturas. Recién salido de la ducha, elegía la ropa para ir a trabajar. La noche anterior se había quedado dormido estudiando la importante reunión de la mañana siguiente y no pudo dejársela preparada como en él era habitual. Planificando, siempre planificando, cómo no podía ser de otra manera.

Comió lo primero que encontró al abrir el armario de la cocina, ya iba justo de tiempo y no era el día más adecuado para pegarse un homenaje. Si todo iba bien, se lo podría conceder el sábado por la mañana, acompañado de su mujer y su hijo. Ella se había ido ya al periódico, tenía una rueda de prensa a primera hora y quería pasar antes por la redacción. Él llevaría esa mañana a Nico al cole. Se preparó el café. Eso sí que no podía fallarle. Se trataba de algo sagrado para él. Mejor no cruzarse en su camino las escasas mañanas en las que se daba cuenta de que se le había olvidado comprar.

Salió de casa y dejó al niño en el cole. De camino a la oficina, pensó que no se había despedido lo suficientemente cariñoso. Tiene cuatro añitos, se dijo. La maldita reunión, pensó. Continuó conduciendo mientras abandonaba el barrio de Hortaleza, en el que llevaban viviendo cinco años, el tiempo en el que las cosas, por fin, habían empezado a ir bien. Logró ese puesto de consultor que tanto le costó conseguir. Con la posición estable de Vero en el periódico, decidieron dar el paso de tener a Nico y comprar la casa en ese barrio madrileño.

Durante aquellos años todo había ido sobre ruedas. Era valorado en la empresa y tenía un futuro prometedor. Pero a veces le venía a la mente la queja, "el maldito trabajo". Solía ser en momentos de mucho estrés, de reuniones con clientes, de proyectos que se complicaban. Notaba que le afectaba a nivel personal y no le gustaba nada. Se preguntaba si merecía la pena, si acaso no era un sacrificio inútil, si no habría otras formas de vivir más relajadas y otra felicidad posible. La respuesta siempre acababa siendo la misma: el dinero, necesitas el dinero.

Aquella mañana llegó algo más tarde de lo habitual. Saludó a sus compañeros. Se fijó en que no estaba David. Era extraño, pero no le dio más importancia. Cuando preparó lo que tenía que preparar, Carlos se fue a por el segundo café. En ocasiones llegaba a tres, pero intentaba evitarlo. Se asustaba con el temblor de manos. Quedaba poco tiempo para la reunión y David seguía sin estar. Lo necesitaba, aunque si no llegaba intentaría defender él solo la totalidad del proyecto ante el nuevo cliente. Se puso nervioso.

A la hora indicada, acudió a recepción. Allí, puntual, estaba Elena Ceballos, la representante de la empresa interesada en contratar sus servicios. Se estrecharon la mano y caminaron hacia la sala de reuniones. Le gustaba cuando el cliente al menos de entrada era amable y cordial, le parecía una manera agradable de comenzar cualquier cosa en la vida. Le preguntó si había llegado bien y hablaron del atasco de aquella mañana, uno más, en el nudo de Manoteras.

Entró su jefe por la puerta de la sala. Le comunicó que David no acudiría, sin ofrecer más detalle. Mientras ellos se saludaban, Carlos intentaba encajar la información. Le tocaba explicar absolutamente todo el proyecto a él y aunque habían trabajado juntos en aquella presentación, no conocía a fondo la parte que le tocaba exponer a David. Había aprendido a entrenar su mente para poner el foco en salir adelante de las situaciones complicadas. No únicamente en el terreno profesional. Al final, o te obligas a ti mismo, o ahí te quedas y te pasan por encima, se decía. Aún así, no le había pasado eso nunca en el tiempo que llevaba en la empresa. No se podía creer que no se lo hubieran comunicado. Esperaba al menos un capote del jefe si la situación se torcía.

Nada de eso ocurrió. Cuando iba por la mitad de la exposición, todo empezó a irse al traste. Ceballos comenzó a realizarle preguntas completamente lógicas y previsibles acerca de los costes y la logística de lo que pretendían hacer. Era la parte de David y se quedó totalmente en blanco. Respondió con unas vaguedades impropias de la empresa a la que pertenecía. Ella torció el gesto y lanzó una mirada hacia Alfredo, el jefe. Continuó como pudo, pero empezó a sudar, de repente le faltaba aire y, en un momento dado, tuvo que pedir permiso para salir. Se acercó a una ventana y cogió todo el aire que pudo. Se encontraba mejor.

Al volver a la sala, no había nadie. Fue a recepción y tampoco estaban allí. Bajó al parking y allí a lo lejos les vio hablando. Ella hablaba de manera enérgica y el jefe no hacía más que disculparse. No le gustó lo que observó. Se echó a temblar. Decidió subir antes de que Alfredo regresase al hall para evitar una incomodísima subida en el ascensor.

Se fue a su puesto a no saber qué hacer, pero al menos no estaría dando vueltas sin sentido. De repente, escuchó su nombre. Alfredo le llamaba para que le acompañase al despacho. Quiso llorar. Le siguió hasta que estuvieron dentro. Cerró la puerta y se sentó. Se le quedó mirando y golpeó la mesa. Le preguntó que cómo era posible lo que acababa de suceder, que sentía vergüenza, que era intolerable. Le anunció que estaba despedido. Que la decisión la había tomado la semana pasada y se la había comunicado a David la tarde anterior, el cual se había negado a realizar la presentación en protesta para intentar forzar un cambio de decisión en Alfredo. Pero era irrevocable. Y la catástrofe de la reunión lo confirmaba. "Has perdido reflejos, Carlos" le dijo con una voz gélida. Le concedió media hora para recoger sus cosas.

Se le cayó el alma a los pies. No entendía como en un día todo podía haber cambiado de aquella manera. En ningún momento notó que hubiese bajado la guardia, pero en la empresa así lo habían percibido. Y contárselo a Vero al llegar. Se le caían las lágrimas según arrancaba el coche. No podía ser, se repetía. No ahora, que todo iba bien. No tenía ganas de nada, ni de conducir. Se asustó y tuvo mucho vértigo de la vida.

Llegó a casa y se quedó tumbado en la cama mirando el techo durante horas hasta que llegaron Vero y Nico. Al entrar en el cuarto, ella se fijó en el maletín en el escritorio y en las hojas por los suelos. Le miró a los ojos, se acercó y le abrazó, como había hecho siempre en los momentos difíciles. Mientras se abrazaban en mitad de la habitación, Nico se asomó por la puerta con esos ojillos traviesos que tenía y al mirarle, Carlos, por un instante, tuvo algo de esperanza en el futuro.

miércoles, 23 de mayo de 2018

Soy fan de los últimos besos

Siempre hablamos de los primeros besos. Yo quiero hablar de los últimos.


Siempre se habla más del primer beso que del último. Nadie pregunta nunca por el último beso de nadie. El primero es el niño mimado de los besos, que nadie lo dude. Pero hay que entenderlo. Aparece con fuerza, lo sacude todo, viene a demoler nuestros cimientos, su ilusión arrolla con todo lo que encuentra en su camino. Es felicidad y esperanza.

Del último contamos que es triste, y de ahí pasamos a la nostalgia, que tanto engancha y en la que más de uno se quedó a vivir. Pero joder, cómo no va a ser triste un beso que das sin saber que era el último. Y eso por no hablar de los primeros besos que acaban siendo los últimos.

miércoles, 9 de mayo de 2018

Los cuentos empiezan por ti

Relato sobre la soledad

No. No me va muy bien en lo sentimental. Mucho tiempo sin nadie al que esperar para ver los capítulos de una serie. Muchos besos perdidos y ojalás innecesarios. Noches sin arrebatos, demasiadas.

Tampoco espero a la princesa mágica. Nunca creí en los cuentos de "estaba perdido y apareciste tú". "¿Y en qué crees entonces?", me preguntan alarmados. Y yo respondo: "en estar bien conmigo mismo, que un sofá para uno es un auténtico paraíso, no un drama, y en que la felicidad es para el que la quiere, aunque sea solo un poquito y en las circunstancias que sean".


miércoles, 18 de abril de 2018

Mándalo a la mierda

Manifestación por la huelga feminista del 8 de marzo de 2018 en Madrid
La manifestación histórica del 8 de marzo de 2018 a su paso por la Gran Vía de Madrid

A la mierda el que no te quiera libre,
a la mierda el que te amenace,
a la mierda el que te asuste,
a la mierda el que te haga sentir miedo,
a la mierda el que te vea como objeto,
a la mierda el que se crea más que tú,
a la mierda el que te vea como una carga,
a la mierda el que no te permita crecer,
a la mierda el que te asfixie,
a la mierda el que no te valore,
a la mierda el que no quiera buscar tiempo para "perderlo" contigo,
a la mierda el que te haga dudar de ti misma,
a la mierda el que crea que le perteneces,
a la mierda si es incapaz de hacer el esfuerzo de entenderte.
Os queremos vivas,
os queremos libres,
os queremos iguales.

jueves, 12 de abril de 2018

Mejor aquí, mejor ahora

Una reflexión sobre vivir más y dudar menos en el amor


Ten cuidado con ocultar tus sentimientos. 
Existen personas que, un día, cuando fueron a buscarlos, ya no los encontraron.
Cuidado con ir despacio. Con esperar el momento.
Con esperar que las expectativas sean o no las mismas.
Con el qué pasará si pasa esto o no pasa lo otro.
Cuidado con administrar en exceso las emociones.
Cuidado con anticipar los finales antes de que nada haya sucedido.
Cuidado con tardar demasiado.
Con quedarte a vivir en la duda, en el miedo.
Un poquito más de aquí y ahora nunca viene mal.

lunes, 26 de marzo de 2018

Corazones rotos y viajes en Delorean

Texto poético sobre corazones rotos y viajes en Delorean


El tiempo lo cura todo, dicen. No voy a entrar a valorar la certeza o falsedad de este dicho popular y cura universal. Sólo diré que siempre me ha parecido una putada de las grandes. Porque me parece incompleta y tramposa. 

¿Cuál es el tiempo necesario para cada corazón roto?

¿Y qué hacemos con la indefensión que sentimos en el momento que llega el abandono?

¿Hay algo o alguien que nos acerque a la esperanza?

Ojalá una máquina que te dijese "en dos años y tres meses estarás curado",

y un Delorean en el que poder ahorrarte todas esas solitarias noches.

jueves, 29 de junio de 2017

Un número más

El chico mató a su novia, una víctima más de la violencia machista


Una noche perfecta. Eso pensó Marta al llegar a su piso de la calle de la Farmacia. Habían estado de copas en el Sideral y el tiempo se le había pasado volando. Las cosas con Roberto iban bien, sí. Se reía con él, se interesaba realmente por ella, y a ella él le parecía un tipo más que interesante. Aquello era prometedor y podía decirse que la ilusión había vuelto. Con prudencia, porque su vida era un historial de pasos en falso por su desmedido entusiasmo hacia la vida, que en ocasiones parecía ensañarse con ella como queriéndole decir que a ver cuándo narices aprendía la lección. Se sentía feliz y quiso tomarse una copa de vino antes de meterse en la cama. Le gustaría habérsela tomado con él en casa y no dormir en toda la noche, pero su viaje por trabajo al día siguiente le había hecho mantener la cabeza fría frente a toda la pasión que sentía por dentro.

Una vez hubo terminado la copa de vino blanco en la cocina, repasando cada diálogo de su cita con Roberto una y otra vez en su cabeza, se fue hacia su habitación. En ese momento, cayó en la cuenta de que su compañera de piso estaba en la casa. Lo hizo porque vio el sujetador de Laura tirado ahí, en mitad del pasillo. Sonrió. Eso sólo podía significar que había habido reconciliación. En el último mes había discutido mucho con su novio, con el que llevaba tres años. Algunas discusiones las había casi presenciado ella misma, encerrada en su habitación. Le había preocupado en alguna ocasión el tono autoritario de él. Así se lo había comentado a Laura en algún momento. Porque no sólo eran compañeras de piso, sino muy amigas desde que se conocieron estudiando Publicidad en la universidad. No recogió el sujetador. Continuó hacia el baño.

Mientras se cambiaba y se desmaquillaba, escuchó un ruido. Se sintió incómoda por estar molestando a los tortolitos. Así que aceleró para poder meterse en su cuarto lo más rápido posible. Al salir, se le heló la sangre. Cerca del sujetador, unas gotas de sangre se extendían por el suelo. Se quedó petrificada. Tenía mucho miedo. Decidió acercarse a la puerta de la habitación de Laura para poner el oído. No se escuchaba nada. El corazón le palpitaba.

Con miedo, decidió girar el pomo de la puerta. Estaba todo oscuro y no veía nada. Consiguió tocar un interruptor. Hubiera sido mejor no hacerlo. Ante sus ojos, yacía el cuerpo ensangrentado de Laura en la cama. Con los ojos abiertos y una mirada de pánico en su rostro. Había muerto presa del pánico. Y parecía que todo acababa de ocurrir hace poco tiempo. Estaba bloqueada, dividida entre la desolación más absoluta y una necesidad de salir corriendo de allí por instinto de supervivencia. Se podía imaginar lo que había pasado y no sabía si el que lo había hecho estaba todavía allí dentro.

Mientras intentaba decidirse, vio la sombra y sintió el cuchillo clavarse en su espalda. Después, en el abdomen. Una, dos, tres veces. Sintió que le faltaba aire. No tenía fuerzas. Veía la sangre salir a borbotones de su cuerpo. Una última puñalada, para asegurar. Veía el odio en la cara de Dani, el novio de su compañera de piso. Seguramente fue otra discusión más. Y aquel desalmado había matado a su amiga para acabar definitivamente con la relación. Ahora, pillado, mataba a la única testigo del crimen que acababa de cometer. Dos vidas más robadas por la violencia machista, un número más para las frías e inaceptables estadísticas del país.

jueves, 22 de junio de 2017

Una mujer normal

Era una mujer normal con una vida feliz


Era una mujer normal. Sin grandes pretensiones, le gustaba la sencillez. Por las noches se ponía el despertador y contaba las horas de sueño que tendría por delante. Se había acostumbrado a dormir poco y no necesitaba más de seis horas, aunque a veces eran cinco y entonces sí que lo notaba. Le costaba más todo al día siguiente. Ni siquiera el segundo café de urgencia la sacaba del estado somnoliento que le atrapaba en los días en los que su cuerpo no había descansado el tiempo marcado como necesario por su reloj biológico.

Era una mujer normal. Estaba casada, con un marido maravilloso, Ramiro, que la cuidaba y se preocupaba por ella. Su relación nunca había pasado por ningún momento de crisis. Quizá fuese por el carácter calmado de ambos y debido a que habían decidido ser felices porque sí, quizá la forma más fácil y sencilla de ser feliz que tenemos a nuestro alcance los seres humanos. Él trabajaba en la Administración. Sacó unas buenas oposiciones en su momento y eso era innegable que había ayudado a la estabilidad que siempre les había acompañado a lo largo de su vida.

Era una mujer normal, con sus dos hijos, Pablo y Susana, en la universidad el primero y en el instituto la segunda. Se les veía buenos chicos a los dos, educados siempre que uno se los cruzaba por el barrio, amables y cariñosos hasta con los que llevaban poco tiempo viviendo allí. Algún domingo se les veía a los cuatro juntos saliendo a comer a cualquier lado. Era una familia feliz, nadie podría asegurar lo contrario.

Era una mujer normal. Profesora de Historia en el Instituto Lope de Vega, en la calle San Bernardo, en pleno corazón de Madrid. Terminó sus estudios y logró sacar una plaza para poder dedicarse a su pasión toda la vida. Más de una mañana se cruzaba con algún vecino al bajar en el ascensor. Iban hablando un rato al salir del portal situado en la calle Bretón de los Herreros, y después sus caminos se separaban cuando ella subía Bravo Murillo hacia la glorieta de Cuatro Caminos para coger el metro allí. Alegraba el día coincidir con ella por la vitalidad que inspiraba en todo momento.

Era una mujer normal. Era elegante de la mejor forma que se puede ser elegante, sin buscarlo. Era ciertamente atractiva. Tenía seguridad en sí misma y sabía transmitirlo. Las clases le habían curtido mucho, sin duda. Solía sonreír, pero no de esa forma excesiva que a veces acaba denotando ganas de gustar más que otra cosa. Se preocupaba por saber de la vida de la gente que le rodeaba, de forma discreta y sin caer en el cotilleo. Se diferencia claramente a unas personas de otras. Ella se quedaba mirando a alguien y recordaba lo que le había contado la última vez. Y entonces le preguntaba si aquel examen le había salido bien o si el problema que tenía se había solucionado ya. Se ganaba el carisma ella sola con esa cercanía que demostraba por todo y por todos.

Era una mujer normal. Tan extraordinariamente normal que nada hacía presagiar lo que aquella fría mañana de finales de noviembre se encontraron los vecinos al irse a trabajar como cualquier día. Al salir del ascensor, unas luces se reflejaban en el interior del portal. Fuera, en la calle, había varias ambulancias. El conserje estaba con la mirada completamente ida, simplemente no estaba. Al hacerse un hueco entre la multitud,  por fin podía verse. El cuerpo yacía en el suelo, ensangrentado. Era ella. La mujer normal se había suicidado. Se había tirado desde su ventana del sexto piso. La mujer normal se moría de tristeza por dentro y nadie se había enterado.

Si os ha gustado la historia, la podéis compartir en vuestras redes sociales con el botón de compartir y de redes sociales que aparecen aquí debajo del post. ¡Muchas gracias!

jueves, 20 de abril de 2017

La chica brasileña del Alsa

Un viaje en Alsa de Madrid a Bilbao con una chica brasileña
Reflexionar, enamorarse o dormir, distintas opciones para un viaje en autobús

La historia que voy a narrar ocurrió en el verano de 2011, el último verano de mi vida de soltero, aunque por entonces ni lo sospechaba. Me iba unos días a casa de un amigo a Bilbao. Esa clase de colegas que garantizan el pasárselo bien, así que emprendía el viaje en el autobús del Alsa desde Avenida de América con gran entusiasmo. 

El entusiasmo se tornó en euforia cuando fui consciente de la compañera de viaje que tenía al otro lado del pasillo. Una chica muy guapa, morena, con ojos oscuros y melena larga,. Vestía de forma sencilla con una camiseta verde de tirantes y unos vaqueros. Recuerdo que miraba por la ventana con aire distraído e inquieto. Desconocía sus expectativas y los motivos de su viaje. Empecé a fantasear a mi manera. Hablábamos, nos conocíamos, un café un día, un cine y un primer beso otro, un enamoramiento apasionado, una forma de hacer el amor que no había conocido, una boda, unos hijos encantadores…qué difícil salir de estas ensoñaciones cuando uno ha construido ya toda una historia, jo. Mejor no empezar, os lo aseguro.

Aquel mes de julio me habían publicado un artículo en una revista de fútbol y la llevaba conmigo en aquel momento. De repente, ocurrió. Ella me la pidió para hojearla. Acababa de comenzar nuestra relación. Era mi forma de verlo, naturalmente. A punto estuve de lanzársela de los nervios, pero decidí que era mejor entregársela en mano. Me preguntaba si llegaría a mi texto, situado casi en la última página. Lo hizo. Y empezamos a hablar de fútbol. Ella era brasileña, por lo que entendí rápidamente esa pasión futbolera tan característica del país carioca.

Al llegar a Lerma, el punto de descanso en los trayectos Madrid – Bilbao, nos sentamos juntos a tomar algo. Ella era simpática y agradable. Me preguntó y le expliqué a lo que iba a Bilbao y las ganas que tenía. Le devolví la pregunta. En ese momento, noté que algo se rompía dentro de su frágil silencio. Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos y extendió el brazo por la mesa hasta agarrarme la mano. Me contó que iba a Bilbao para prostituirse. Era su primera vez. Tenía un niño pequeño, le habían ofrecido eso y lo había cogido. Lloraba por su niño desconsoladamente. No sabía qué hacer, ni qué decirle. ¿Qué le dices a alguien en una situación así? Creo que lo mejor que puedes hacer es callar y demostrar cariño a la persona que se te está abriendo en canal de esa manera. Yo era un completo desconocido, pero ella decidió confiar en mí y confesarme algo así. No me pedía opinión, no solicitaba mi ayuda. Tan sólo se moría de miedo.

Después, las aguas volvieron a su cauce. Continuamos lo que quedaba de recorrido hablando de nuestra vida y de amores anteriores. En más de un momento conseguimos algo tan extraordinario como reírnos. Al llegar a Bilbao nos despedimos y me salió de dentro pedirle que se cuidase. Me dijo que lo haría, pero nunca supe si lo hizo. Me acuerdo de que mi amigo me esperaba en la estación y que me dijo, entre risas, que no perdonaba una. Pero lo cierto es que, pasado el tiempo, nunca he visto aquello como un episodio de amor. Siempre he pensado en el brutal contraste de nuestros viajes. Yo deseaba llegar y divertirme. Ella quizá hubiera deseado no llegar nunca.

Si os ha gustado la historia, acordaros de compartirla en vuestras redes sociales. Aquí  justo debajo del texto hay unos botoncitos pequeños para que podáis hacerlo. Muchas gracias.

jueves, 16 de marzo de 2017

Que vivan las mujeres futboleras

Chicas futboleras del Atleti en el Vicente Calderón
Aficionadas del Atleti en el Vicente Calderón



Me enamoré del futbol como después me enamoré de las mujeres: de manera repentina, inexplicable y acrítica, sin pensar en la perturbación y dolor que me traería.

Leí un artículo de Celia Blanco @latanace que me gustó mucho. Tanto que creo que debo haberlo leído cincuenta veces en menos de veinticuatro horas. Cuenta que le chifla el fútbol y por qué. Recomiendo mucho leerlo, sobre todo si eres mujer. Y hoy quiero hablar de eso mismo, de fútbol y mujeres.

Primero os contaré que soy muy y mucho futbolero, que diría El Amado Líder. Qué queréis que os diga, los días de partido me dan la vida. Y los días sin fútbol son algo que existe como también existe la tortilla sin cebolla o la gente que no ha visto Friends. Planifico el futuro en base al calendario futbolístico. Marco siempre en mi agenda los grandes partidos, aunque nunca está uno del todo a salvo de los no futboleros, que montan planes a destiempo y deshora. Para mí, Dios tiene un nombre que es Raúl y unos apellidos que son González Blanco. No hace falta deciros mucho más sobre mi pasión por este deporte. Por todo esto siempre vi como requisito imprescindible un cierto interés por el fútbol en los proyectos de novia que tenía (nunca supe tener ligues a secas).

Porque sí. Tengo que confesar que me ponen las tías futboleras. Me gusta que tengan su propia opinión sobre el último partido o la última polémica. Me vuelve loco verlas indignarse. Verlas celebrar un gol en el último minuto que lo cambia todo. Verlas sufrir como lo hace cualquiera tras perder un título. Verlas desesperarse por el fallo clamoroso del delantero. Las que saben convertir el fútbol en una fiesta. Las que tienen una historia que contar asociada al fútbol. Las que viven nerviosas el día de partido grande. Cada vez son más y tengo la suerte de haber estado siempre rodeado de ellas: mi abuela (se lleva la palma), mi tía, mi madre, mi hermana (todas colchoneras), Tere (madridista), y las imprescendibles tuiteras futboleras @conchi @juana @fugazzi @almita @mariavillarreal y @mamenhidalgo.

En su artículo, Celia Blanco cuenta que conoce muchos hombres que se quejan de que sus mujeres, novias y madres no están dispuestas a que en su casa se vean todos los partidos y suelta una frase que para mí lo resume todo: “El fútbol puede ser una excusa perfecta para ser lo suficientemente feliz con tu pareja”. Es la pura verdad. Por eso me cuesta entender que haya parejas en las que el fútbol sea un muro y no un elemento de unión. Hay casos en los que uno se queda en una tele y otro se va a otro cuarto. Yo no podría vivir así. Es que creo que es hasta bonito ver un partido con tu pareja.

En mi caso, tengo una novia culé. También sevillista. En todo lo demás es perfecta, que conste. Cuando la conocí quizá no era muy futbolera (aunque siempre fue culé) pero creo que ahora lo es más. Cinco años hacen estragos. Me lo he currado. Un ejemplo: el aperitivo por todo lo alto que monté para el partido inaugural del Mundial de Brasil, el primero que vivíamos juntos. Lo hice porque para mí la Vida es eso que pasa mientras esperas que llegue el Mundial cada cuatro años. Era mi forma de decirle: "Esto hay que celebrarlo, y quiero hacerlo contigo".

Creo que los o las que dan la espalda al fútbol se están perdiendo algo. Se están perdiendo la conversación del bar. La de la frutería. La del ascensor. La de los compañeros de trabajo al día siguiente de un partido. No digo que no se pueda vivir así. Digo simple y llanamente que se están perdiendo algo que me atrevo a decir que mejoraría su calidad de vida. Si no estás en el fútbol, estás muy fuera, siento decírtelo. Y no es algo de lo que enorgullecerse, aunque a veces lo creas.

El fútbol es la gran excusa. Para reunirse con la familia. Para tomarse unas cervezas con los amigos. Para montar un buen sarao en casa. Para invitar a esa persona a tu "palacio" y cenar una pizza y lo que surja. Para vivir la vida, en definitiva. Para ser suficientemente feliz. Me niego a creer que te lo quieras perder.

miércoles, 1 de marzo de 2017

Nuestra estúpida historia de amor

Historia de amor en el metro de Madrid
Imagen de Pinterest


Estoy en un autobús pensando en ti. Ya ves, no me podrás negar la cruel ironía que eso supone. Nosotros, que nos conocimos en un trayecto de metro entre Príncipe Pío y Metropolitano. Nosotros, que en cada mes de aniversario repetíamos el mismo trayecto jugando a recrear el maldito momento en que a ti se te cayó la bufanda al suelo a punto de bajarte y yo te avisé a tiempo. Nosotros, que declaramos la guerra a los autobuses de Madrid por el único motivo de que los considerábamos el gran rival de nuestro metro. Nuestro metro, el que vio nacer nuestra estúpida historia de amor, más estúpida que otras desde luego. Mirábamos con cierto desdén  a los conductores de la EMT, lo recuerdo bien, porque ellos no sabían de nuestra historia y eso, para nosotros, significaba perderse la vida entera.

Nuestro metro de Madrid, el que nos vio besarnos por primera vez sentados en el interminable pasillo de Diego de León. Dijiste que estabas cansada de andar y te plantaste ahí. No tuve más remedio que sentarme yo también, aunque sabías lo poco que me gustaba hacer ese tipo de cosas. El primer beso ahí sentados después de no se sabe cuántas cervezas. El primer beso en el inmediato instante posterior a haberme negado que yo te gustaba y tu “nunca tendría algo con un tipo como tú", sin especificar lo que para ti era "un tipo como yo". Y después, te quedaste durante treinta y ocho meses y dieciocho días. Yo te hubiese dejado quedarte toda una vida, Paula, aunque a veces no lo pareciera.

El susto que me llevé cuando en El Palentino, de cañas y risas, vas y me cuentas que eres “de derechas, pero moderada”, que para mí era lo peor que podía decirme una chica en los comienzos. Qué coño una chica. Era sin duda lo peor que TÚ podías decirme en los comienzos. Creo que el mítico Casto estuvo a punto de llamar a la ambulancia al verme completamente lívido en la barra. Me acuerdo de tu obsesión con Corme, un pueblo de Galicia al que finalmente me llevaste y de tu mirada de odio una vez allí cuando no quise subir al faro (yo, que era tan de faros) por mi vértigo. Era un cobarde. Lo sigo siendo. Tu mirada de odio, en aquel momento y en cualquiera, cómo olvidarla. La misma que pusiste la noche que llegaste a casa y viste la mesa del salón. Bueno, no. No la viste. No estaba porque me la había cargado yo solito con la peligrosa voluntad de arreglarla. ¡Ja! Arreglar yo algo, que soy especialista en destrozar cualquier cosa en la vida. Lo que está bien lo echo a perder y lo que asoma a desastre lo convierto en catástrofe. Como lo nuestro, sin ir más lejos.

Y qué me dices de las noches en El Fabuloso, que nunca se acababan. Empezamos yendo porque un amigo tuyo pinchaba discos ahí, y nos quedamos toda la vida. Yo al menos, aunque ya no estés, Paula. Las primeras noches en tu cama de la que tú llamabas “mi choza” de la Calle Desengaño, que por cierto, nos ponía en preaviso de lo que estaba por venir. Pero embelesados en un amor tan idiota, a ver quién era el que se fijaba en algo tan tonto como el nombre de la calle en la que vive la chica de la que te estás enamorando. La legendaria torpeza de nuestro primer polvo y la extraordinaria forma de perder el sentido en los que lo siguieron.

Cómo te reías de lo indignado que estaba siempre ante la vida en general. A ti te afectaba todo menos en general y yo no lo podía entender. En qué momento te conté que nunca había ido a un karaoke. No paraste hasta emborracharme (qué fácil esa parte del plan, cabrona) y sacarme a cantar “y nos dieron las diez” que era una de nuestras treinta y cuatro canciones. Conquistamos el garito, ¿te acuerdas? (Sí, he dicho "garito", sí. La gente cambia.)

Mi absurdo empeño en dibujarte jirafas, tu animal favorito, en cualquier papel que cayese en mi mano. Tu jersey rojo del que siempre me decías que tenía una historia muy buena detrás y que me quedé sin saber, para siempre, me temo. Tu ilusión desmedida por cada pequeño acontecimiento. Tu forma de llamarme cretino cuando me metía contigo. Tus pocas ganas de ir a los conciertos de Lori Meyers. Llegué a sospechar que ese fue el motivo de que me dejases. Déjame decirte, por obtener alguna victoria en toda esta historia, que su último concierto, al que me di el gustazo de acudir solo, fue la puta hostia, Paula. Perdona, pero ya sabes mi tendencia a lo superlativo en la vida en general y a los tacos en concreto cuando bebo. Si es que soy un sentimental, Paula, y nunca te lo imaginaste, a que no. A que no, Paula. Reconócelo. Treinta y ocho meses y dieciocho días.

Tu capacidad única para hacer de la vida algo fácil y mi facilidad para ahogarme en un vaso de agua. Tal vez fue por ahí por dónde se empezaran a torcer las cosas y no, como yo siempre había estado convencido, porque “fueses de derechas, pero moderada”. Pienso en todo lo que no hicimos, también, pero eso te lo contaré otro día porque fliparías con las cosas que no hicimos, Paula, créeme. Ya decía Sabina que no hay peor nostalgia que la de añorar lo que nunca, jamás, ocurrió. Y de sobra sabes que Joaquín no se equivoca nunca.

Hasta que un día me contaste lo del chico ese del club de lectura. “El subnormal aquel”, como me gusta llamarle a mí. El mismo club de lectura del que yo me había reído en tantísimas ocasiones. El que siempre fue los martes y, en los últimos meses, empezó a ser también los jueves y cualquier momento en el que querías escapar de mí y estar a solas con él.

He pensado muchas veces en intentar recuperarte en estos treintayocho meses y dieciocho días que llevo sin ti, pero ya sabes, como mucho me hago el valiente con una espada de cartón y poco más. No me lo tengas en cuenta. Es mucho el dolor acumulado y lo que me ocurre simplemente es que no quiero volver a salir magullado. Si es que es de sentido común, joder, Paula, que mis padres dicen que es lo más importante en la vida y no les ha ido mal.


Dije al principio el “maldito” momento en que te recogí la bufanda. Y no lo dije por error. Fue maldito porque han pasado veintiséis meses y veinticuatro días y me parece que me dejaste ayer. Porque conseguí huir del recuerdo de cada mujer que pasó por mi vida y de ti aún no lo he podido hacer pese a mis numerosas tentativas (no te he contado: la primera después de ti fue una chica llamada Andrea , que en el primer día que me llevó a su casa me confesó, estando sentados en su sofá, que ella solía hablar con Satanás por las noches. De mujeres así es fácil huir, Paula, no como de ti). Te he contado esto porque necesitaba contarte algo que te hiciese sacar una carcajada tonta antes de acabar con esta nostalgia de nuestra estúpida historia de amor, más estúpida que otras desde luego. En nuestro metro. En nuestro Madrid. 

martes, 14 de febrero de 2017

Escritores locos de amor

Amor en el Día de San Valentín
Imagen de Pinterest


Hoy celebramos San Valentín y este blog no quería quedarse al margen de una fiesta en la que se celebra un sentimiento que, con frecuencia, transforma nuestras vidas. El amor puede ser desbordante. Desolador. Entusiasmado. Engañoso. Trágico. Arrebatador. Cegador. Incluso divertido. El amor es el sentimiento más bonito que podemos sentir. Todos estamos capacitados para sentirlo. Nadie puede permanecer inmune a la pasión. Hablamos del amor de pareja, del que uno comienza a sentir por alguien hasta sentirle como imprescindible. Pero hay mil formas de sentirlo. Puede ser duradero, pero también puede ser un amor fugaz, de un trayecto de metro, de una conversación de una noche en un bar, de una sonrisa cruzando una calle. ¿Por qué no regalarle una rosa al desconocido o desconocida de la biblioteca? El amor nunca debe ser menospreciado. Por nada ni por nadie. Cualquier historia de amor es válida porque no hay en ella obligación de seguir los senderos de la lógica. Disfrutémoslo de la mejor forma que se nos ocurra, tengamos o no tengamos pareja.

Los grandes escritores han vivido el amor por todo lo alto. Y supieron reflejarlo muy bien. Algunos perdieron la cabeza. Tuvieron sus musas y a ellas dedicaron sus historias. Hundidos a veces en el dolor más visceral y extasiados de felicidad, otras. Hoy he querido darles voz a ellos y  a cómo expresaron el amor. Lo que sintieron en diferentes momentos. Son fragmentos de novelas, de cartas, de autobiografías, en los que sus sentimientos más ocultos quedan al desnudo. Espero que los disfrutéis y os emocionéis aunque sea un poco leyendo algunos de estos textos. Y si queréis compartir en los comentarios algunos que os gusten a vosotros y que no figuren aquí, estaré encantado. Son muchos los escritores y escritoras e innumerables sus grandes pasiones. Aquí va mi selección. Y que no se me olvide, Feliz San Valentín a todos y a todas.

- El enamoramiento de Honoré de Balzac:

La condesa polaca Eveline Hanska fue el gran amor del escritor Honoré de Balzac. Mantuvieron una relación por correspondencia, estando ella casada, desde 1832 hasta 1850. Su marido falleció en 1841 pero no fue hasta 1850 cuando finalmente se casó con Balzac, que murió tan sólo cinco meses después de haber visto hacerse realidad su tan ansiado sueño. Esto le decía el escritor francés a su amada:

"Estoy prácticamente loco por ti, tanto como uno puede estar loco: no puedo unir dos ideas sin que tú te interpongas entre ellas. No puedo pensar en nada más que en ti. Me siento tonto y feliz tan pronto pienso en ti".

- La angustia tras una pelea, por Rimbaud:

Los poetas malditos Arthur Rimbaud y Paul Verlaine mantuvieron una relación muy pasional durante unos años, con muchas idas y venidas. En uno de esos momentos en los que parecían alejarse definitivamente tras una pelea, el joven Rimbaud le dedicaba estas palabras a su amado, el cual había abandonado a su mujer y a su hijo por él.

"Vuelve, vuelve, querido amigo, único amigo, vuelve. Te juro que seré bueno. Si me he mostrado desagradable contigo, fue tan sólo una broma; me cegué, y me arrepiento de ello más de lo que puedes imaginar. Vuelve, todo estará totalmente olvidado. ¡Que desgracia que hayas tomado en serio esta broma! No paro de llorar desde hace dos días. Vuelve. Sé valiente, querido amigo. Nada está perdido todavía. (…) No me olvidarás ¿verdad? No, tú no puedes olvidarme. Yo te tengo aquí siempre. Di, contesta a tu amigo ¿acaso no volveremos a vivir juntos los dos? Sé valiente, contéstame pronto. No puedo quedarme aquí por más tiempo. Oye sólo lo que te dicte tu buen corazón. Dime pronto si tengo que reunirme contigo. A ti, para toda la vida. Rimbaud."

- Amor empedernido, según John Keats: 

El poeta británico John Keats murió de tuberculosis a la edad de 25 años. Pero tuvo suficiente tiempo para enamorarse perdidamente de Fanny Brawne, a la que amó con locura hasta su muerte. Ella quedó devastada por su pérdida y aunque se casó y tuvo tres hijos, siempre llevó el anillo que él le había regalado. Aquí una carta preciosa de Keats a su amada Fanny.

"Tengo que escribirte una o dos líneas y ver si eso me ayuda a alejarte de mi espíritu aunque sea por unos instantes, no puedo existir sin ti. Todo lo olvido salvo la idea de volver a verte. Mi vida parece detenerse ahí: más allá no veo nada. Me has absorbido.

En este mismo momento tengo la sensación de estar disolviéndome...Si no tuviera la esperanza de verte pronto me sentiría en el colmo de la desdicha. Tendría miedo de separarme, de estar demasiado lejos de ti. Mi dulce Fanny, ¿no cambiará nunca tu corazón?, Amor mío, ¿no cambiarás? Alguna vez me asombró que los hombres pudieran ir al martirio por su religión. Temblaba de pensarlo. Ahora ya no tiemblo; podría ir al martirio por mi religión- El amor es mi religión-, y podría morir por él....

Me has cautivado con un poder que soy incapaz de resistir; y sin embargo lo era hasta que te vi; y desde que te he visto me he esforzado a menudo en razonar contra las razones de mi amor. Ya no puedo hacerlo, el dolor sería demasiado grande. Mi amor es egoísta. No puedo respirar sin ti....
Tu afectuoso
JK"

- La forma correcta de amar, según el romántico Victor Hugo:

En sus cartas a su adorada Juliette Drouet, el autor de Los Miserables explicaba de la siguiente manera su amor, así como la mejor forma para expresarlo.

"Te amo, mi pobre angelito, bien lo sabes, y sin embargo quieres que te lo escriba. Tienes razón. Hay que amarse y luego hay que decírselo, y luego hay que escribírselo, y luego hay que besarse en los labios, en los ojos, en todas partes. Tú eres mi adorada Juliette.

Cuando estoy triste pienso en ti, como en invierno se piensa en el sol, y cuando estoy alegre pienso en ti, como a pleno sol se piensa en la sombra. Bien puedes ver, Juliette que te quiero con toda mi alma. Tienes el aire juvenil de un niño, y el aire sabio de una madre, y así yo os envuelvo con todos estos amores a un tiempo.

Besadme, bella Juju!"

- El amor de leyenda entre Frida y Diego:

Sin duda, la pintora Frida Kahlo y Diego Rivera protagonizaron una de las pasiones más bonitas de la historia. Cualquiera puede emocionarse con el amor y admiración que se profesaban mutuamente. Tuvieron muchas crisis, muchas infidelidades, primero de él, y luego ya mutuas. Pero se amaron como pocos seres humanos se han amado en la Historia. Comparto aquí en esta ocasión sentimientos de los dos.

Frida: "Te quiero más que a mi propia piel, y que aunque tú no me quieres de igual manera, de todos modos algo me quieres, ¿no? O si no es cierto, siempre me quedará la esperanza de que sea así, y con eso me conformo… Quiéreme tantito. Te adoro."

Diego, cuando Frida murió: "Yo me he dado cuenta de que lo más maravilloso que me ha pasado en mi vida ha sido mi amor por Frida".

Frida Kahlo y Diego Rivera, un amor de leyenda
Imagen de Pinterest
- Cuando dudas sabiéndolo todo, por Pablo Neruda:

No podía faltar si se habla de amor y escritores el autor de la poesía más triste y realista que nadie ha escrito jamás. Sí, hablamos del chileno Pablo Neruda, que a pesar de amar a muchas mujeres, tuvo un gran amor llamado Matilde Urrutia. 

"Hay algo más importante que tu y que yo, somos tu y yo. Juntos somos lo que la pobre gente no alcanza jamás, el cielo en la tierra. Te aprieto a mi corazón, amor mío, con cuerpo, alma y amor..".

Y esta otra frase, corta, pero que me parece que describe muy bien una sensación que todos hemos tenido en algún momento u otro de nuestras vidas, dudas pero lo sabes:

"No sé si te quiero, pero te quiero"

- Acabas de conocer a alguien y ya sabes que te cambiará la vida, por Carlos Barral:

El poeta y editor Carlos Barral conoció a Yvonne. Nacía entonces una historia de amor que quedaría profundamente ligada al pueblo de Calafell, en Tarragona. En esa localidad marítima se casaron un 4 de octubre de 1954. Esta reflexión hacía Barral en su libro de memorias Años de penitencia

"El encuentro con Yvonne había movido mi centro de gravedad, modificando mi posición de equilibrio con respecto al mundo que me rodeaba o, mejor, había como desplazado la idea que me venía haciendo de mí mismo. Desde el principio, desde los primeros e inocentes paseos, caí en la cuenta de que aquella relación, si conseguía hacerla prosperar, estaba destinada a determinar el proyecto definitivo de mi vida, a sosegar las ensoñaciones aventurescas de la última adolescencia y a enraizarme. Porque mi amor era espléndido, cegador, y era, en efecto, una experiencia definitiva".

- La tentación de negar el amor, por Hemingway:

En su maravillosa novela Por quien doblan las campanas, Ernest Hemingway cuenta una muy bella historia de amor. El protagonista de la novela es Robert Jordan, un americano que lucha en el bando republicano y que se enamora de María, una joven que le hará recuperar la ilusión por la vida.

"No te engañes a ti mismo y trates de negarlo todo y de estropearlo todo. Estabas perdido desde el momento en que viste a María. En cuanto ella abrió la boca y te habló, quedaste flechado, y lo sabes. Y ya que te ha llegado lo que nunca creíste que te podría llegar, porque no creías que existiera, no hay motivos para que trates de negarlo, ya que sabes que es una cosa real [...] ¿Por qué mentir? Te sentiste extraño interiormente cada vez que la mirabas y cada vez que ella te miraba a ti." 

- La nostalgia tras echarlo todo a perder, por Scott Fitzgerald y Zelda.

Otra gran pareja de esas en las que no puedes hablar únicamente de uno de los dos. Se conocieron en un baile en un club de campo en Alabama, se casaron en 1920, porque no querían perderse ni un minuto de la Década Feliz que estaba a punto de comenzar, se amaron, brillaron como las estrellas más brillantes del firmamento, se detestaron y echaron todo al traste. Una pareja que se amó, que se admiró, que fue la más feliz sobre la faz de la Tierra durante muchos años, y la más desgraciada del universo años más tarde. Él murió de un infarto mientras escuchaba un partido de fútbol por la radio. Ella murió años más tarde, al incendiarse el hospital psiquiátrico en el que permanecía ingresada desde hacía mucho tiempo. Hay un detalle bonito en este amargo final: Scott y Zelda fueron enterrados juntos, en Maryland, gracias a la insistencia de "Scottie", el apelativo cariñoso que los dos daban a su única hija, que sabía que sus padres se quisieron por encima de todas las cosas y quería que descansasen juntos eternamente. Aquí va un texto de cada uno, del libro Querido Scott, Querida Zelda:

Scott Fitzgerald: 

"Te necesito aquí. La tristeza del pasado me acompaña siempre. Las cosas que hicimos juntos y las cicatrices atroces que nos convirtieron en el pasado en supervivientes de guerra persisten como una especie de atmósfera que rodea todas las casas que habito. Las cosas agradables y los primeros años juntos, los meses que pasamos hace dos años en Montgomery me acompañarán siempre y tienes que creer como yo que podemos recuperarlos, si no en una nueva primavera, en un nuevo verano. Te quiero, amor mío, cariño."

Zelda: 

Queridísimo y siempre, Queridísimo Scott:


La idea del esfuerzo que has hecho por mí, el sufrimiento que ha causado esta nulidad sería insoportable para cualquiera salvo para un mecanismo completamente vacuo. Si yo tuviera sentimientos serían todos de gratitud a ti y de pena por el hecho de que de toda mi vida no quede el más pequeño vestigio del amor y la belleza con que empezamos para ofrecértelos al final.

Has sido tan bueno conmigo... y cuanto puedo decir es que existió siempre esa corriente más profunda en mi corazón: mi vida: tú.

¿Recuerdas las rosas del patio de los Kinney... eras tan amable y yo pensaba «es la persona más encantadora del mundo» y tú dijiste «cariño». Aún lo eres. La tapia estaba húmeda y cubierta de musgo cuando cruzamos la calle y dijimos que amábamos el sur. Yo pensaba en el sur y en un pasado feliz que nunca tuve y creía que era parte del sur. Tú dijiste que amabas esta tierra preciosa. La glicina de la cerca era verde y la sombra era fresca y la vida era vieja.

Me gustaría haber pensado alguna otra cosa, pero era una idea cómplice, romántica y nostálgica. Cuando me quité el sombrero tenía el cabello húmedo y me sentía segura y hogareña y a ti te complacía que me sintiera así y fuiste respetuoso. Volvimos a casa radiantes y felices todo el camino.

Ahora que ya no hay ninguna felicidad y el hogar ha desaparecido y ni siquiera existe pasado ni emoción alguna más que las que sean tuyas donde pueda haber algún consuelo: es una pena que nos hayamos encontrado en desabrimiento y frialdad donde una vez hubo tanta ternura y tantos sueños. Tu canción.

Me gustaría que tuvieras una casita con malvas y un sicomoro y el sol vespertino encajado en una tetera de plata. Scottie correría por algun sitio en blanco, en Renoir, y tú escribirías docenas de libros. Y aún habría miel para el té, aunque la casa no estuviera en Granchester.

Me gustaría que fueras feliz, si existiera la justicia lo serías, quizá lo seas de todos modos.

Ay, Do-Do

Do-do.

Zelda

Te quiero de todos modos, aun cuando no exista ningún yo ni ningún amor ni siquiera vida alguna.

Te quiero.


- Lo que Bukowski echaba de menos del amor cuando se acababa:

Charles Bukowski fue un personaje muy excéntrico. Iba contra todo y contra todos. Un escritor maldito con todas las de la ley. Hoy en día se le considera uno de los escritores más influyentes. En su novela Mujeres, recomendada por la Casa del Libro las pasadas Navidades, describe sus sucesivas e intensivas relaciones con diferentes mujeres. Es en este libro dónde aparece el siguiente fragmento, en el que enumera todas las pequeñas cosas que echa de menos cuando finaliza una relación:

"Yo era sentimental respecto a muchas cosas: unos zapatos de mujer bajo la cama; unas horquillas olvidadas; la manera cómo decían <<Voy a hacer pis>>...; cintas de pelo; pasear por el bulevar con ellas a la 1.30 de la tarde, sólo dos personas caminando juntas; las largas noches bebiendo y fumando, hablando; las discusiones; los pensamientos suicidas; comer juntos y sentirse bien; las bromas, la risa saliendo de ninguna parte; sentir milagros en el aire; estar juntos en un coche aparcado; comparar pasados amores a las 3 de la madrugada; que te dijeran que roncabas, oírlas roncar; madres, hijas, hijos, gatos, perros; algunas veces la muerte y otras el divorcio, pero siempre yendo adelante, viendo a través; leyendo a solas un periódico y comiendo un triste sándwich sintiendo naúseas porque ella ahora estuviese casada con un dentista tartamudo; hipódromos, parques, picnics; incluso cárceles; sus estúpidos amigos, tus estúpidos amigos; tu bebida, sus bailes; tus flirteos, sus flirteos; sus píldoras, tus polvos con otras personas y ella haciendo lo mismo: dormir juntos...".

- El sentimiento de rechazo, por Antoine de Saint-Exupéry:

El famoso autor de El Principito sufrió por su último gran amor. Se ha dicho siempre que era una joven de 23 años de la que Saint-Exupéry estaba enamorado, pero su nombre jamás salió a la luz. Ella nunca correspondió sus sentimientos, lo que le causó una herida que le llevó a escribir estas desgarradoras palabras:

"No hay más Principito, hoy día ni jamás. El Principito está muerto o se volvió totalmente escéptico. Un Principito escéptico no es más un Principito. Estoy resentido con usted por estropearlo", escribió.  "No habrá más cartas, teléfono ni señal. No fui prudente ni pensé que arriesgara pena, pero me lastimé en el rosal cogiendo una rosa. El rosal preguntará: ¿Qué importancia tenía para usted? Ninguna, rosal, ninguna. Nada importa en la vida. No más vida. Adiós rosal".